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LOS HERMANOS VAYAN POR EL MUNDO 217 ción de los fieles, suponían poco trabajo apostólico para el clero. Otra cosa eran los «oficios», donde se reunía la comunidad para celebrar los actos de culto. El más importante era la misa, a la que acudían todos los fieles, aunque fueran mudos testigos, y en la que se ejeróa una de las principales actividades apostólicas: la predicación. Hasta el siglo XII la predicación litúrgica estaba reservada preferentemente a los obispos. Posteriormente se extendió también al clero, aunque la escasa formación de algunos sacerdotes no favoreciera precisamente el que se dijeran grandes homilías. En realidad los párrocos estaban obligados no tanto a predicar en sentido estricto, cuanto a leer el comentario evangélico de algún libro homilético. Para este fin algunos teólogos habían escrito homiliarios basándose en los Evangelios y los Salmos, que eran los libros sagrados que mejor conocían los fieles, pues la finalidad de la predicación no era tanto ilustrar corno convertir a penitencia. Todo esto, y poco más, era el trabajo apostólico del clero secular. Sujeto a su parroquia o a su iglesia, estaba condicionado a la hora de percibir cuáles eran las corrientes evangélicas que atravesaban la Cristiandad; de ahí que permanecieran insensibles, si no atemorizados, ante los grupos de fieles más inquietos que busca– ban otra forma de entender y vivir el Evangelio. 3. Los NUEVOS MovnvrrEt,JTOS APOSJ'ÓUCOS El ideal de «vida apostólica» que configuraba la renovación evangélica de monjes y canónigos regulares no se limitaba a estos círculos clericales más selectos. Entre los gru¡..10s surgidos de los seguidores de los predicadores itinerantes, se hace cada vez m,is común la convicción de que el ideal de «vida apostólica» no es exclusivo de monjes y clérigos, sino que también atañe a los laicos. Aun «permane– ciendo en el mundo», pueden comprometerse a «no ser del mundo» viviendo dentro de su propio estado los valores de la «vida apostólica». En el fondo se estaba redescubriendo el bautismo como la principal opción evangélica que hace el cristiano, aunque después la explicite de forma más clara por la profesión religiosa o algún otro tipo de compromiso. De esto se hace eco Gerhoch de Reichersberg ( t 1167) en su Líber de aedificio Dei, al decir que «todo aquel que en el bautismo ha renunciado al diablo y a todas sus tentaciones, aunque no se haga clérigo o monje, ha renunciado ya al mundo; puesto que el mundo, "totus in maligno positus", no es otra cosa que la vanidad del demonio, aquella vanidad a la que todos los cristianos han renunciado. De esto se deduce que aquellos que usan de este mundo deben hacerlo como si no lo usasen: ricos y pobres, nobles y siervos, mercaderes y campesinos; es decir, todos aquellos que se dicen cristianos, deben rechazar todas aquellas cosas que son enemigas del nombre cristiano y buscar aquellas que le son propias. Todo orden y toda actividad encuentran en la fe católica y en la doctrina apostólica una regla adaptada a la propia naturaleza;

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