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216 J. MICÓ 2. EL APOSTOLAfX) DEL CLERO SECULAR La progresiva participación de los monjes en el apostolado activo no solamente entró en colisión con los Canónigos Regulares, sino que antes tuvieron que sufrir los ataques del clero secular, que se consideraba en posesión del derecho exclusivo de la «cura animarum». En realidad el clero 5(,'Cular tenía razón ya que, desde siempre, el obispo con su clero habían atendido las necesidades propias de la comunidad cristiana. Yaún en los casos de evangelización de los pueblos bárbaros, que estuvo al cargo de los monjes, el clero secular los había reemplazado a medida que se constituían en comunidades cristianas ya asentadas. Pero sería una equivocación pretender medir la actividad apostólica del clero en la Edad Media a partir de nuestros esquemas actuales. El apostolado del clero estaba en función del pueblo fiel; y todo «buen católico», como lo definía el derecho canónico, debía sujetarse a los ritos prescritos. Es decir, que la vida de los fieles en el medioevo estaba marcada por el ritual, bien fuera el de los sacramentos o el de las otras acciones litúrgicas. En cuanto a los sacramentos, el bautismo lo recibían todos, sin excepción, a los pocos días de nacer; cosa que no podernos decir de la confirmación. Los obispos que visitaban toda su diócesis eran bastante raros, y los aldeanos no solían acercarse a la catedral el día de Pentc'Costés para recibir el sacramento. En muchas regiones se consideraba la santa unción corno una cosa de ricos; y no faltaban quienes creían que se trataba deuna especie de ordenación «in extremis», lo cual explica que, a pesar de la insistencia del párroco por aclarar su significado, buen número de cristianos muriera sin recibirla. Algo parecido pasaba con el matrimonio. La insistencia del clero por hacer del matrimonio un acto sagrado que ayudara a la santificación de la pareja no siempre obtuvo los frutos deseados, pues en la práctica muchas uniones no se hacían «in facie ecclesiae». Todos estos sacramentos solamente se podían recibir una vez en la vida, cosa que no ocurría con la confesión y la comunión. Sin embargo, tampoco podemos pensar que estos últimos fueran muy frecuentes, pues el canon 21 del concilio Lateranense IV, «Ornnis utriusque sexus», todavía en vigor dentro de los manda– mientos de la Iglesia, insiste en la obligación de confesarse una vez al año y de comulgar, al menos, por «PaSt."Ua florida». Tanto es así que en muchas iglesias, según aparece en la relación anual de gastos, se compraban más hostias grandes que pc>queñas; lo cual indica que era mayor el número de misas que el de comu– niones. Los sacramentos pertenecían al ámbito de lo privado, y, vista la poca participa-

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