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214 J. MICÓ lo experimentado en esa relación. Estos dos polos, convivencia y predicación, son la base del seguimiento de Jesús. Asimilar vivencialmente lo que es el Reino y comunicarlo a los demás será lo que Jesús exija a todo el que pretenda seguirle. De ahí que cualquiera de estas dos facetas no se justifique en sí misma, como segui– miento, si no está relacionada con la otra. Francisco, al pretender vivir «según la forma del santo Evangelio», captó esta doble polaridad del seguimiento, aunque no le faltaran momentos oscuros en la maduración de su proyecto. Pero una vez comprendió que no podía vivir para sí mismo, sino que debía vivir para los demás ( 1 C 35), su compromiso evangélico superó el ascetismo eremítico de los inicios para lanzarse por los caminos anun– ciando lo que había descubierto: Jesús y su Evangelio. Desde su realidad de convertido, Francisco experimenta el Evangelio como un camino penitencial donde va dejando jirones de su «hombre viejo» para acercarse, cada vez más, a la novedad que le ofrece Jesús. Pero este camino de penitencia no será una senda solitaria, sino ia ruta bulliciosa de la vida por donde marchará acompañando a los hombres y ofreciéndoles su experiencia del Evangelio como fanal que ilumine su destino. I. EL APOSTOLADO EN LA EDAD MEDIA La palabra apostolado, que hoy entendemos como una actividad organizada de la Iglesia, ha tenido a través de la historia diversos sentidos. Antes de morir Jesús parece que estaba relacionado exclusivamente con la misión. De ahí que no se aplicara a «los Doce», sino a los discípulos enviados a misionar. Después de la resurrección se dice, en sentido propio, de los que habían visto a Jesús y recibido de él la misión de anunciar el Evangelio; es decir, de los Doce y de Pablo, aunque también se utilizara de una forma más general por similación a una función análoga del judaísmo. La doble fonna de comunicar los Apóstoles el Evangelio, a través de su función y con el ejemplo de sus vidas, dio pie a que tanto los carismáticos como los jerarcas reivindicaran su apostolicidad remitiéndose a los Apóstoles. En la época de la Didajé encontramos apóstoles ambulantes -misioneros, carismáticos----y obispos locales con conciencia de ser los herederos de los Apósto– les. Los movimientos encráticos y gnósticos de los siglos II y m se remitían a las re– velaciones particulares de Cristo a sus Apóstoles después de la resurrección y a los Hechos apócrifos de los Apóstoles. Para atajar el peligro de deformación en que estaba cayendo el término «após-

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