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234 J. MICÓ había en la Fraternidad ejercían su ministerio penitencial solamente entre los mismos hermanos, no entre los fieles. Sin embargo, y a pesar de que los hermanos sacerdotes no eran muchos, pronto empezaron a ejercer el ministerio de la confesión corno una consecuencia de la predicación penitencial. Cuando el obispo de Hildesheirn, Conrado, recibió «con solemnidad» en 1223 a los Hermanos Menores, «les concedió facultad de predicar y de oír confesiones en toda su diócesis» (J. DE GrANO, Crónica 35; cf. Sel Fran n. 25-26 (1980) 254). Más comprensible resulta lo ocurrido en Inglaterra, donde la Fraternidad casi nació ya clerical. De Haymon de Faversharn, que era ya un famoso predicador cuando en 1222 entró en la Fraternidad junto con otros tres maestros de teología, dice Tomás de Eccleston: «El día de Pascua, viendo una gran muchedumbre en la iglesia parroquial donde los hermanos asistían a la Misa, porque todavía no tenían una capilla para ellos, el hermano Hayrnon dijo al custodio, un laico llamado Bienvenido, que, si le parecía, predicaría al pueblo para que nadie comulgara en pecado mortal. Ei custodio, inspirado por el Espíritu Santo, le ordenó predicar. Yel hennano Haymon predicó de manera tan conmovedora, que muchos decidieron diferir la comunión hasta que no tuvieran la oportunidad de confesarse. Permaneció en la iglesia durante tres días escuchando las confesiones y confortando a todo el pueblo» (Col. VI). Aunque un poco exagerado, refleja cuál era el ambiente apostólico de la Fraternidad, al menos en Inglaterra. Tanto es así que dedica todo el «coloquio» XII de su crónica a relatar la institución de los confesores más famosos; un ministerio que se concedía independientemente del oficio de predicador. Estos hermanos clérigos ingleses fueron la avanzadilla de toda la Fraternidad en su empeño por entrar en el ministerio pastoral de una forma plena. Pero no fueron los únicos; toda la predicación de Antonio de Padua, al menos en sus sermones que han llegado hasta nosotros, está ordenada, más que a ilustrar, a preparar a los fieles a la confesión de sus pecados. En uno de sus sermones describe la predicación corno «la trompeta que llama a batallar contra los vicios». Si, por una parte, todos estos oradores siguieron manteniendo en sus sermones ese contenido penitencial de los orígenes, también hay que señalar que fueron más allá, hasta aplicarlo al sacramento de la penitencia y ejercer ellos mismos este ministerio, cosa que no entraba, como hemos visto, en los planes de Francisco. La participación de los franciscanos en la consolidación de la nueva clase social -la burguesía- no se limitó al aspecto religioso sino que, con su predicación, trataron de moralizar la vida privada de los ciudadanos, introduciendo en la legislación municipal una serie de normas derivadas del pensamiento teológico y canónico.

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