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LOS HERMANOS VAYAN POR EL MUNDO 229 puesta de paz no trata de ocultar los problemas, sino de abordarlos desde otra óptica que posibilite soluciones más fraternas. La finalidad de la predicación penitencial de Francisco fue, en definitiva, la conversión del hombre según las pautas evangélicas ofrecidas por Jesús. Ya esto dedicó toda suactividad apostólica, sabedor de que, por tratarse de una síntesis de carisma y cualidades humanas, no podía ser continuada de la misma forma por los hermanos dedicados a la predicación. c) La predicación culta o teológica· Ya en los últimos años de la vida de Francisco se va detectando en la Orden un irresistible proceso de clericalización que, de forma lógica, llevaba a los hermanos dedicados a la predicación a la búsqueda de un mayor rigor técnico en su oratoria, que sólo podía satisfacerse con el estudio. El ingreso en la Fraternidad de grandes oradores, como Cesáreo de Spira y Antonio de Padua, puso a los frailes intelectua– les ante el problema de la utilización de la cultura en el oficio de la predicación, sobre todo en la que iba dirigida a los herejes. Algunos hermanos con un gran bagaje cultural, como Alberto de Pisa y Haymon de Faversham, lo resolvieron tomando los esquemas ya experimentados por los dominicos. Esto lo muestra claramente el Tratado de la venida de los Hennanos Menores a Inglaterra, de Tomás de Eccleston. La historia del asentamiento de los frailes coincide con la de su relación con la cultura: unas relaciones subalternas primera– mente, cuando cada día los frailes, con los píes descalzos, desafiando la nieve y el barro, se acercaban a las escuelas de teología; pero unas relaciones de liderazgo y predominio intelectual después de abrir la escuela de Oxford, a los pocos años de morir Francisco. · Sin embargo, no toda la Fraternidad se hallaba en la misma situación. Jordán de Giano es testigo de que no todos los hermanos enviados a Alemania sabían predicar «en latín y lombardo», ni todos ellos eran óptimos predicadores «en lombardo y en alemán». Muchos, que no eran sacerdotes, sino hermanos laicos, sin estudios, sólo tenían la posibilidad de hacer exhortaciones penitendales al estilo de los hermanos de la primitiva Fraternidad (cf. Crónica 19; 28.44; en Sel Fran n. 25-26 (1980) 248, 252.256). Mientras la predicación se mantuvo dentro de este clima sencillo y sin preten– siones, las relaciones con la jerarquía no crearon grandes problemas. Pero cuando a la predicación culta siguió la escucha de confesiones y la necesidad de ejercer de forma autónoma el apostolado en las propias iglesias, apareció el conflicto de jurisdicción con el clero secular. El Concilio, como hemos dicho, mandaba a los fieles que, por lo menos una vez al año, se confesaran con su propio sacerdote y comulgaran. Sin embargo, con la aparición de las iglesias de los mendicantes desaparecía este control.

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