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228 J. MICÓ soci~onómicas del momento; pero la campaña de pacificación llevada a cabo por Francisco se dirigirá a serenar la interioridad del hombre, siempre dispuesto al odio y a la lucha fratricida. El saludo misionero de paz no respondía solamente al deseo de que terminaran para siempre las diferencias y las contiendas, sino sobre todo el deseo de liberarse de la lógica del mundo -del tener, del poder, de la autoafirmación- como condición para poder realizar la paz. Sobre el contenido de la penitencia basta subrayar que para Francisco no se trata sólo de una virtud ascética sino de la capacidad de cambio, de dejarse llevar por la fuerza del Espíritu para ser capaces de asimilar el nuevo talante que nos proporciona el Evangelio. Hacer penitencia es reconocerse relativos, relacionados con un Dios que lo crea todo, lo envuelve todo y lo ama todo. Por eso, más que mirar y lamentar un pasado deficiente, descubre y agradece un futuro esperanza– dor habitado por el Padre. Junto a los temas de la paz y la penitencia se encuentra siempre la invitación a la alabanza y a la acción de gracias. Si la predicación debe ser una comunicación de la propia experiencia evangélica, nada más lógico que Francisco pidiera ser acom– pañado en aquello que para él era lo fundamental de su actitud cristiana: la plegaria. San Buenaventura lo define como «el cantor y adorador de Dios» (LM 8, 10d), y no es una definición retórica ni exagerada si repasamos sus Escritos. El Cántico de las Criaturas y todas las otras oraciones latinas son una muestra de que su espiritualidad estaba marcada por la alabanza. Por eso no es de extrañar que Francisco recordase a los frailes que advirtiesen a los fieles sobre la necesidad de la penitencia y de la frecuencia de los sacramentos pero, sobre todo, de la oración de alabanza: «Y acerca de la alabanza de Dios, anunciad y predicad a todas las gentes que el pueblo entero, a toda hora y cuando suenan las campanas, tribute siempre alabanzas y acciones de gracias al Dios omnipotente en toda la tierra» (1 CtaCus 8). Esta misma insistencia en la alabanza aparece en la Carta a las Autoridades. Después de aconsejarles que hagan verdadera penitencia y reciban con gran humildad el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, les pide de forma taxativa: «Y tributad al Señor tanto honor en el pueblo a vosotros encomendado, que todas las tardes, por medio de pregonero u otra señal, se anuncie que el pueblo entero rinda alabanzas y acciones de gracias al Señor Dios omnipotente>► (CtaA 7). La predicación de Francisco se distingue de los otros predicadores itinerantes por lo positivo de sus temas. Él nunca niega nada, sino que afirma; no ataca a nadie, sino que propone lo suyo desde la convicción. Así como no critica a la jerarquía, tampoco se enzarza con los herejes, aunque tuviera que convivir con ellos. Lo que propone Francisco, como un exponente de toda su vida, está dirigido siempre al servicio del hombre. Por eso trata de replantear las relaciones humanas ofreciendo otro modelo que sirva de clave para una nueva convivencia. Su pro-
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