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226 J.M!CÓ itinerante fue una necesidad religiosa primaria, una expresión vital de su experien– cia de convertido. Si Cristo predicó el Evangelio y envió a sus discípulos por todo el mundo para que continuaran su misión, es lógico que todos aquellos que preten– dan seguirle lo imiten también en esto. La imitación de Cristo en la predicación evangélica itinerante no sólo marcará el camino espiritual de Francisco sino que formará parte de la vocación de la Fraternidad. Siguiendo a Jesús, el predicador del Reino, todos los hermanos debe– rán predicar, al menos, con el buen ejemplo, puesto que para Francisco predicar es ofrecer un estilo de vida enraizado en el Evangelio y provocador de la conversión. El ideal de la imitación de Cristo en la pobreza y en el anuncio itinerante del Reino, llevado unos años antes por Valdo, es ahora continuado por Francisco. Siguiendo la línea de los Movimientos penitenciales que florecieron a finales del siglo XII y que fueron acogidos en ei programa de reorganización eclesial de Inocencia III, la predicación de Francisco comenzó teniendo un contenido penitencial y pacificador, terminando casi siempre con la alabanza. Apenas reunidos siete hermanos, Francisco los enviará por diversas partes para anunciar la paz y la penitencia en remisión de los pecados (1 C 29). El mismo Celano refiere que, una vez aprobado el Proyecto por Inocencia III, Francisco recorría ciudades y castillos anunciando el Reino de Dios, predicando la paz y enseñando la salvación y la penitencia para la remisión de los pecados (1 C 36). Es del todo evidente la intención del hagiógrafo al sugerir un claro paralelismo entre la predicación de Jesús en Galilea y la de Francisco en Umbría. Jacobo de Vitry, refiriéndose a la situación de 1216, escribe en su Historia Occi– dental que los franciscanos, con el ejemplo y la predicación, inducían a la penitencia y a la paz no sólo a las personas más humildes, sino también a los nobles (BAC 966). Una penitencia que no tomará esos tintes sombríos que la desvirtúan y la hacen aborrecible, sino que se vestirá de una alegría agradecida al comprobar que toda conversión es gracia y, por tanto, motivo de alabanza. Lo recuerda con particular insistencia la Vida de Fr. Gil, al decir que los primeros hem1anos fueron enviados por Francisco a diversas Provincias para que anunciaran al pueblo cómo debían alabar al Creador, redentor y salvador nuestro e hicieran una penitencia fructuosa. La predicación penitencial de la primera Fraternidad es una invitación a seguir a Jesús desde la misma vida de penitcncia que ellos llevaban. Una predicación de la penitencia vivida, que después derivó hacia la penitencia sacramental; es decir, hacia la confesión. Francisco sigue este proceso en la Regla no bufada. Después de hacer unas reflexiones sobre la nt,'Cesidad de confesarse para poder comulgar (1 R 20, 1- 5), pasa a relatar una exhortación penitencial que pueden hacer todos los hermanos indistintamente: «Temed y honrad, alabad y bendl'Cid, dad gracias y adorad al Señor Dios omnipotente en Trinidad y Unidad, Padre, e Hijo, y Espíritu Santo, creador de todas las cosas. Haced penitencia, haced frutos dignos de penitencia,

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