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224 J. MICÓ presente cuando se dispersan por el mundo para servir en medio de los hombres. Además del testimonio de pobreza igualitaria que les obliga a trabajar para subsis– tir, está la comunicación no verbal que proclama de forma silenciosa el modo de vivir de quienes han tomado el Evangelio como opción. Esta presencia servicial entre los hombres está tan cargada de intencionalidad apostólica y tan vacía de intereses económicos que, en muchos casos, habrá que recurrir a la limosna, porque la remuneración del trabajo o no ha existido o ha sido insuficiente para subsistir. En este caso la mendicación es otro modo de estar entre la gente anunciándoles el Evangelio de una forma existencial, como pertenecientes a un grupo-la Fraternidad-que ha optado por hacer este servicio, arriesgándose a no ser recompensados por su trabajo, pero que confía en la providencia de Dios encarnada en la solidaridad de los hombres. 2. ANUNOAOORF,S DE LA PALABRA A la presencia callada y testimonial, como medio de comunicación del Evange– lio, se une la proclamación del mismo por medio de la predicación. Es interesante subrayar la relación existente entre la cultura de la paiabra, que caracterizaba a la clase emergente de la sociedad urbana (mercaderes, banqueros, abogados, nota– rios, maestros... ), cuya actividad se realizaba esencialmente a través del hablar, discutir, negociar, en resumidas cuentas, del «convencer a otros», y la centralidad de la palabra como elemento de persuasión en el programa de las nuevas Órdenes mendicantes, las cuales respondían a las exigencias de la nueva sociedad con la predicación y la administración de la penitencia, mediante una espiritualidad manifestada, preferentemente, por la palabra. a) El cuidado pastoral El apostolado, tal como lo entendemos ahora, se reducía al acompañamiento sacra! de las principales etapas de la vida: bautismo, penitencia, comunión, matri– monios y entierros. La Cristiandad se distribuye en diócesis, y éstas en parroquias. Las disposiciones conciliares y sinodales indican siempre con mayor insistencia la relación personal entre el fiel y el sacerdote titular de la iglesia a la que se pertenece. Si a tal sacerdote le incumbe el servicio del «ministerio de la palabra» dentro de su parroquia, la obligación de los que pertenecen a ella es la de acercarse para escuchar dicha palabra. La predicación ordinaria en los domingos y en las otras fiestas litúrgicas principales va convirtiéndose, poco a poco, en un instrumento de mentalización ideológica; mientras que la confesión anual sirve para controlar las conciencias y la conducta moral, utilizándose como pauta del nivel de pertenencia a la comunidad eclesial. Al que no cumple esto se le prohíbe la entrada en dicha iglesia, no sólo estando vivo sino, también, después de muerto.

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