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222 J.MICÓ cultural. Tanto es así que el mismo Señor es el que le confía la tarea, al decirle: «Te he puesto a ti como enseña de ellos para que las obras que yo obro en ti, ellos las imiten de ti» (EP 81b). Francisco estaba persuadido de que por haber alumbrado la Fraternidad, debía ser ejemplo y modelo para sus hermanos (LP 97; 2 C 120). Esta misma ejemplaridad pasará también al grupo de hermanos, a la Fraterni– dad. Francisco solía decir a sus frailes que la vocación a la que habían sido llamados, más que para buscar su propia salvación, era para ir por el mundo exhortando a los hombres más con el ejemplo que con las palabras (TC 36); es decir, para dar ejemplos de luz a los envueltos en las tinieblas de los pecados (2 C 155). La Fraternidad había interiorizado bien esta vocación ejemplar de su vida evangélica, pues a menudo era motivo de revisión al preguntarse cómo su vida serviría de ejemplo para los demás (1 C 34). Si la vocación de la Fraternidad era manifestar su propia vida como un compromiso ejemplar de seguimiento del Jesús pobre y humilde, debían confiar en el Dios que los había llamado, sin preocuparse del futuro. Celano pone en boca de Francisco esta correspondencia entre ejemplaridad y providencia: «Hay-<lecía– un contrato entre el mundo y los hermanos: éstos deben al mundo el buen ejemplo; el mundo debe a los hermanos la provisión necesaria. Si los hermanos, faltando a la palabra, niegan el buen ejemplo, el mundo, en justa correspondencia, niega el soste1úmiento» (2 C 70a). El buen ejemplo, sin embargo, no es algo etéreo que se diluye en insigrúficancias, sino que corresponde a un modo de vida que ilumina el caminar de los demás. De ahí que Francisco aconseje a los frailes que, «cuando van por ei mundo, no iitiguen ni contiendan de palabra, ni juzguen a otros; sino sean apacibles, pacíficos y mesurados, mansos y humildes, hablando a todos decorosamente, corno convie– ne» (2 R 3, 10-11). La fórmula apostólica de misión les facilitó el encuadre en el que debía desarro– llarse su vida. Testigos de la vivencia del Evangelio en Fraternidad, irán por el mundo para ofrecer su hallazgo a los demás, utilizando los medios pobres y pacíficos que Jesús ofrece en las bienaventuranzas. Francisco describe este talante evangélico del apostolado que deben ejercer los frailes al recordarles que, en su caminar por el mundo, «nada lleven para el camino: ni bolsa, ni alforja, ni pan, ni pecunia, ni bastón. Yen toda casa en que entren digan primero: "Paz a esta casa." Y, pem1aneciendo en la misma casa, coman y beban lo que haya en ella. No resistan al mal, sino a quien les pegue en una mejilla, vuélvanle también la otra. Y a quién les quite la capa, no le impidan que se lleve también la túnica. Den a todo el que les pida; y a quien les quita sus cosas, no se las reclamen» (1 R 14, 1-6).

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