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220 J.MICÓ poder respaldar las propias palabras con una vida digna. Por eso reprochaban a los clérigos que su pretendida apostolicidad era falsa, al no estar avalada por una conducta evangélica; mientras que ellos, a pesar de llevar una vida santa y de lo más estricta, perseverando día y noche en ayunos y abstinencias, en oraciones y en trabajo, eran perseguidos como los apóstoles y los mártires. Todos estos Movimientos pauperísticos, a pesar de su fanatismo por defender, en contra de la jerarquía, su particular visión del Evangelio -sobre todo en lo referente a la predicación-, aportaron a la Iglesia el aire fresco de la coherencia entre la vivencia del Reino y su anuncio. Para ellos no era suficiente que el predicador tuviera el mandato jerárquico, sino que, además, debía haber experi– mentado antes aquello que proponía a los otros; es decir, que el Evangelio es Buena Nueva para todos aquellos que lo aceptan. Indudablemente les faltó el reconocer que la Palabra está por encima de su anunciante y que su fuerza no depende de la calidad del apóstol, por muy santa que sea su vida. Sin embargo, acertaron al relacionar la predicación con la vida, por cuanto que el Evangelio es más una conducta que un conjunto de ideas. II. EL APOSTOLADO DE FRANCISCO YSU FRATERNIDAD Siguiendo en la línea de los Movimientos pauperísticos, Francisco tomó la perícopa de la misión de los apóstoles como la clave interpretativa de su vida evangélica. Después de un tiempo de tanteo sobre las diversas posibilidades de vivir el Evangelio en la Iglesia, se decide por la vida apostólica entendida funda– mentalmente como pobreza menor y predicación itinerante. El seguimiento pero– tendal de Jesús le llevará a proclamar lo urgente de la conversión, ya que la entrada en el Reino exige un nuevo modo de vida. · 1. PREDICAR CON LAS OBRAS La vida apostólica de Francisco va más allá de la simple predicación pemten– cial. Seguir a Jesús, según el ejemplo de los apóstoles, es comprometerse con su causa y descubrir a los demás la gozosa realidad del Reino. De ahí que la misma vida evangélica, en cuanto parábola en acción de que el Reino está ya entre nosotros, sea la principal tarea del apostolado. Puesto que si de lo que se trata es de hacer presente de una forma eficaz la fuerza transformadora de Cristo, nada mejor que la propia vida transformada por el Evangelio para hacer patente que el Reino es ya un hecho. Indudablemente el anuncio de la Palabra clarifica e interpreta el sigmficado de una vida entregada al Señor; pero, como dice Fr. Gil en uno de sus Dichos, «la Palabra de Dios no está en el que la predica o la escucha, sino en el que la vive» (Dicta, p. 56).

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