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LA OBEDJENCIA H~ANOSCANA••. 83 b) Ia obediencia en los movimientos laicales Cuando el arzobispo de Lyón le prohibió a Valdo predicar, ya que era un simple laico, éste respondió: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres». Esta opción obediencial a la Palabra, frente a la autoridad eclesiástica y al magiste– rio de la Iglesia, es lo que definirá a casi todos los movimientos pauperísticos medievales. Su concepción de la obediencia, por tanto, difiere notablemente de la monástica por cuanto se remiten directamente a la autoridad de la Palabra, del Evangelio, sin la mediación de la autoridad eclesiástica. Aunque guardan cierta jerarquía en su organización, no sabemos cómo resol– vían el problema de la obediencia. Los documentos que han llegado hasta nosotros no son los de los propios grupos, sino los de sus acusadores, por lo que resulta difícil conocer las verdaderas motivaciones de su obediencia. Lo que sí aparece claro es que tanto su organización como su vida estaban en función del Evangelio, un Evangelio visto desde una perspectiva un tanto fanatizada, pero que convencía al pueblo, pues sus vidas reflejaban la coherencia de lo que creían y predicaban. Aunque desconocemos los Proyectos de vida escritos que pudieran tener -sólo conservamos algunas profesiones de fe de los grupos que aceptaban entrar en la Iglesia-, lo cierto es que no adoptan ningún tipo de documento organizativo que se pudiera parecer a lo que entendemos comúnmente por Reglas. La mayoría de grupos estaban formados por laicos fascinados por un Evangelio en clave pauperista, que les bastaba para alimentar y dar sentido a sus vidas. Esta apertura sencilla, y tal vez un poco simple, a un Evangelio que les apremia a vivirlo en pobreza y a anunciarlo a los demás de forma itinerante, es lo que configura su obediencia, aunque, por el modo de organizarse, no pueda ni quiera ser entendida desde una perspectiva monástica. El cansando a un sometimiento feudal, que se perpetuaba en la Iglesia, era el principal motivo por el que estos grupos rechazaban una obediencia jerarquizada o vertical, prefiriendo ese otro tipo de relación más comprometida con el grupo y que podemos considerar horizontal. Agrupados, generalmente, en tomo a un carismático, su sentido de la obediencia surge espontáneo, aunque son reacios a una obediencia personal estructurada. Éste fue uno de los principales problemas a la hora de ser aprobados por la curia de Roma, ya que ésta exigía un control sobre todos ellos, control que, al tratarse de movimientos itinerantes, tenía que reducirse necesariamente a lo personal.

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