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82 J. MICÓ San Agustín, por su insistencia en la caridad fraterna y el trabajo como valores esenciales de la comunidad, así como por su poco interés por la disciplina exterior como tal, se encuentra más cerca de san Basilio que de Casiano. Según dice su Regla, es el superior el que debe preocuparse directamente de las necesidades de la Comunidad. Por eso ordena «obedecerle como a un padre, dándole el honor que se le debe, para no ofender a Dios». La preocupación de los superiores se refiere, sobre todo, al bien espiritual de los súbditos. Por eso les recuerda: «Obedeced a vuestros superiores y estadles sujetos; ya que ellos tienen el deber de velar por vuestras almas, procurad que lo puedan hacer con alegria y no con gemidos». La obediencia de los hermanos al superior aparece en san Agustín como un deber religioso parecido al que tienen los hijos respecto a sus padres o los cristianos para con sus pastores. Desde esta perspectiva la obediencia es considerada social– mente, es decir, como exigencia de la misma caridad religiosa dentro de una familia o grupo eclesial. San Benito toma la obediencia como una virtud interior que el monje debe ejercer ascéticamente cumpliendo la Regla que el abad le hace presente en sus mandatos. La obediencia pronto constituye el primer grado de la humildad. A estos buenos monjes «les consume el anhelo de caminar hacia la vida eterna, y por eso eligen con toda su decisión el camino estrecho al que se refiere el Señor: "Estrecha es la senda que conduce a la vida". Por esta razón no viven a su antojo ni obedecen a sus deseos y apetencias, sino que, dejándose llevar por el juicio y la voluntad de otro, hacen vida comunitaria y desean que les gobierne un abad. Ellos son los que sin duda imitan al Señor, que dijo de sí mismo: "No he venido para hacer mi voluntad, sino la de Aquel que me envió"». Los comentaristas de la Regla de san Benito acentuarán cada vez más el valor de la obediencia, y, a medida que se alejan de los orígenes, la obediencia del monje pasaráde ser una sumisiónal abad como intérprete de la Regla a ser un sometimiento a su misma persona como representante de Dios; por eso, la relación jurídica se va haciendo cada vez más personal. En el siglo XII la obediencia monástica vuelve a identificarse con la observancia de la Regla, por lo que representa la virtud monástica por excelencia. Para san Bernardo, el superior no está por encima de la Regla; por lo tanto, el objeto de la obediencia no puede ser el abad sino la núsma Regla. La función del abad es procurar que el monje sea fiel a lo prometido, es decir, a la Regla, pero sin sobrepasar los límites de ésta en sus mandatos. Pero esta obediencia, acotada en los límites del voto, no es todavia la más perfecta; la obediencia perk'Cta es la que, remitiendo a la caridad, transciende libremente los límites de aquello que ha sido prometido y se pliega a todo lo que ha sido mandado.

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