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80 J. MICÓ La herejía aparecida en Francia a principios del siglo XI, además de enfrentarse con la ortodoxia de la Iglesia, ponía en peligro la estabilidad social al negar en bloque toda esta ideología de los «tres órdenes» y oponer la realidad de una igualdad esencial entre los hombres. Por eso se la combatió hasta hacerle aceptar, naturalmente por la fuerza, la necesidad de un orden basado en el desigualdad, la sumisión y la obediencia. 2. SIEMPRE FIELF.S Y SUMISOS Todo este aparato ideológico, que configuraba a la sociedad medieval, había sido creado por la Iglesia y se mantenía gracias a ella. Por lo tanto, es lógico que en la estructura eclesiástica estuviera sobredimensionado este aspecto jerárquico, tanto más cuanto que se podía remitir conmayor facilidad a la voluntad divina a la hora de justificar su organización. La jerarquía eclesiástica es así no sólo porque tal la quiere Dios, sino porque el mismo Cristo así la fundó. Ante tales presupuestos, la obediencia se convierte en la virtud fundamental del cristiano, pues a través de la obediencia acepta la autoridad de la Iglesia que le viene dada por Cristo. Razones de organización y motivos espirituales se mezcla– rán en los fieles a la hora de ejercer la obediencia, eliminando cualquier espacio para el disenso y la crítica positiva. a) Ia obediencia monástica La obediencia sodorreligiosa que caracteriza a la Iglesia medieval tiene su reciprocidad en una autoridad cada vez más cargada de poder. La jerarquía no sólo domina la parcela espiritual de los fieles sino que, por tratarse de una Iglesia de «cristiandad», también controla -o al menos lo intenta- las relaciones sociales. La vida monástica, aunque nació al margen y sin la influencia de la jerarquía, muy pronto fue ganando un peso específico dentro de la Iglesia y de la sociedad, hasta llegar algunos momentos en que ensombreció el poder de la jerarquía al constituirse en maestray conductora de la Cristiandad. Los monjes-los oratores– formaban la parte más eminente de la sociedad tripartita. Por eso no es extraño que se organizaran como un ejército, donde la sumisión y la obediencia tienen un papel fundamental. Pero si eso fue posible en los momentos de esplendor del monacato, no siempre fue así. La obediencia del anacoreta, por su situación especial de soledad, no reconoce una persona concreta a la que dirigirse, sino que se realiza de una forma muy general, sintiéndose relacionado con la comunidad cristiana. Pero este tipo de eremitismo puro fue un caso límite. Lo que se dio en el Bajo Egipto fue, más bien, un semianacoretismo en el que los hemmnos tenían numerosas relaciones entre

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