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% J.MICÓ de entregarse cautivo en sus manos, para asegurar la obediencia a su voluntad, ya que lo considera su señor (Test 27-28). Esta imagen en clave feudal de la obediencia es aplicada también a los herma– nos a la hora de obedecer a sus guardianes (Test 30); una forma de expresar la obediencia que a nosotros nos resulta dura por entenderla fruto del autoritarismo, pero que hay que ver como una inculturación feudal del valor-obediencia. Del mismo modo es sorprendente en el paófico Francisco, y en el retrato misericor– dioso que hace del ministro en la Carta que hemos comentado antes, la trama inquisitorial que nos describe en su Testamento, persiguiendo a los hermanos que no son coherentes con lo prometido al Señor, en este caso concreto el Oficio divino. El continuo latiguillo «firmemente obligado por obediencia» que aparece en el fragmento, crea un ambiente de autoritarismo dictatorial que difícilmente nos recuerda la libertad con que se prometió al Señor guardarla Regla (Test 30-33). Pero la organización de la Orden parece que exigía este tributo policial. La Admonición 3, sobre la verdadera obediencia, nos dibuja perfectamente la posición del hermano cuando la obediencia se hace conflictiva. Es evidente que la Regla constituye el objetivo de la obediencia; pero ¿cómo actuar en un caso determi– nado cuando no coinciden las visiones del superior y del súbdito? Francisco lo encuadra dentro del marco de la pobreza menor, como una forma de desapropiación voluntaria. De este modo, y sin llegar a la obediencia ciega, el discernimiento crítico conduce a la obediencia caritativa que nos mantiene dentro de la Fraternidad como lugar de obediencia perfecta: «Dice el Señor en el Evange– lio: Quien no renuncie a todo lo que posee, no puede ser discípulo mío; y: Quien quiera poner a salvo su vida, la perderá. Abandona todo lo que posee y pierde su cuerpo aquel que se entrega a sí mismo totalmente a la obediencia en manos de su prelado. Y todo cuanto hace y díce, si sabe que no está en contra de la voluntad del prelado y mientras sea bueno lo que hace, constituye verdadera obediencia. Y si alguna vez el súbdito ve algo que es mejor y de más provecho para su alma que lo que le manda el prelado, sacrifique lo suyo voluntariamente a Dios y procure, en cambio, poner por obra lo que le manda el prelado. Pues ésta es la obediencia caritativa, porque cumple con Dios y con el prójimo. Pero si el prelado le manda algo que está contra su alma, aunque no le obedezca, no por eso lo abandone. Y si por ello ha de soportar persecución por parte de algunos, ámelos más por Dios. Porque quien prefiere padecer la persecución antes que separarse de sus herma– nos, se mantiene verdaderamente en la obediencia perfecta, ya que entrega su alma por sus hermanos. Pues hay muchos religiosos que, so pretexto de que ven cosas mejores que las que mandan sus prelados, miran atrás y toman al vómito de la voluntad propia; éstos son homicidas, y, a causa de sus malos ejemplos, hacen perderse a muchas almas» (Adm 3, 1-11). Esta doctrina sobre la obediencia caritativa formaba parte de la tradición

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