BCCCAP00000000000000000001499

92 J. MICÓ también este criterio de autoridad servicial, advirtiendo a los frailes que «ninguno de los hermanos tenga potestad o dominio, y menos entre ellos. Pues, como dice el Señor en el Evangelio, los príncipes de los pueblos se enseñorean de ellos y los que son mayores ejercen el poder en ellos; no será así entre los hermanos; y todo el que quiera hacerse mayor entre ellos, sea su ministro y siervo, y el que es mayor entre ellos, hágase como el menor» (1 R 5, 9-12). La razón para admitir estos criterios es muy sencilla. Dentro del Proyecto de vida o Regla todos los valores deben ser coherentes. Por eso sería absurdo favorecer una autoridad poderosa que rompiera la igualdad básica de la Fraternidad. Donde haya unos frailes que se impongan sobre otros, aunque sea alegando el principio de autoridad, no puede haber Fraternidad, por lo que pierde todo sentido remitirse al Proyecto franciscano de vida como forma de seguir el Evangelio. Lo mismo pasa con la minoridad. Una autoridad orgullosa y prepotente que no tuviera en cuenta este valor fundamental del Proyecto franciscano estaría fuera de lugar, por ser un elemento extraño e distorsionante. Dentro del grupo fraterno la autoridad es necesaria, pero tiene que contener los rasgos evangélicos que la hagan armónica con los otros valores, también evangélicos, del Proyecto de vida o Regla. Esta exigencia de que la autoridad sea ejercida no desde el poder sino desde la minoridad y el servicio, tiene un trasfondo histórico que explica la actitud de Francisco. En la evolución que sufrió la Fraternidad hacia fom1as de organización más rígidas, tal como esperaban desde la curia romana, el valor autoridad tuvo que ser negociado. Francisco, desde la lógica del Evangelio, veía normal que la autori– dad entre los hermanos se ejerciera sin ningún tipo de poder; mientras que el grupo de intelectuales y la curia pensaban que si la Fraternidad no se estructuraba desde la legalidad que ofrecía el derecho canónico, se iba al traste. En realidad, era cuestión de perspectivas. Francisco había recorrido el suficiente camino evangélico para experimentar su fuerza y poder confiar en la palabra de Jesús; los otros se sentían más inseguros y necesitaban los agarraderos del denx:ho canónico. La lucha debió de ser dura y, al fin, se impuso el que tenía más fuerza: la legalidad. La autoridad,de los ministros provinciales y custodios es asimilada a la de los «priores» de las Ordenes antiguas, los cuales tenían como función asegurar la disciplina a base de poder jurídico con autoridad coercitiva. Esto tuvo sus consecuencias; y la historia franciscana tendrá que reconocer con humildad la existencia de las cárceles conventuales y los n1alos tratos que se daban en ellas, hasta llegar en algún caso a la misma muerte. Pero esta limitación cegata a la hora de ver el Evangelio, motivada por un legalismo autoritario, no debe ser motivo para ensombrecer el luminoso Proyecto evangélico que es la Regla; si acaso, n..>conocer nuestra debilidad para hacer efectivo en nuestras vidas el dinamismo liberador del Evangelio y buscar formas de autoridad que nos hagan visible la voluntad amorosa de Dios.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz