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88 J. MICÓ aquel que sea cabeza de esta Religión, prometa obediencia y reverencia al señor papa Inocencio y a sus sucesores» (1 R Pról 3; 2 R 1, 2). La imposibilidad práctica de tramitar directamente con el papa los asuntos relacionados con la Fraternidad, que es donde se concretaba la obediencia, dio lugar a que se buscara en el cardenal protector al representante eclesial que concretizara la obediencia de la Fraternidad a la Iglesia (2 R 12, 3; Test 33). La relación obediente entre Francisco y el cardenal Hugolino es un ejemplo de cómo se desarrolló esta actitud confiada, sin dramatismos ni capitulaciones, aportando cada uno su parecer y tratando de consensuarlo desde sus respectivas responsabi– lidades. La obediencia de Francisco a la Iglesia no se limitaba a la curia romana. En el Testamento de Siena cuando, «a causa de la debilidad y el dolor de la enfermedad», no se encontraba con fuerzas para hablar, Francisco aconsejó, entre otras cosas, a sus hermanos, que vivieran «siempre fieles y sumisos a los prelados y a todos los clérigos de la santa madre Iglesia» (TestS 5). Los biógrafos ilustran profusamente esta actitud obediencial de Francisco y sus hermanos a los obispos al reconocerlos responsables de sus iglesias diocesanas. Además de hacerles las visitas de cortesía cuando llegaban a una diócesis, lo cual era relativamente llevadero, aceptaban su autoridad a la hora de ejercer el apostola– do de la predicación (2 R 9, 1), lo cual suponía renunciar a posibles privilegios papales (Test 25) para someterse a la voluntad de los obispos. La obediencia eclesial, sin embargo, llegaba también a los simples sacerdotes; no tanto por sus cualidades morales o intelectuales sino por su condición de ministros de la Iglesia. De ahí que, próximo ya a la muerte, reafirmarse su entera disponibilidad a los sacerdotes dictando en su Testamento: «El Señor me dio, y me sigue dando, una fe tan grande en los sacerdotes que viven según la norma de la santa Iglesia romana, por su ordenación, que, si me viese perseguido, quiero recurrir a ellos. Y si tuviese tanta sabiduría como la que tuvo Salomón y me encontrase con algunos pobrecillos sacerdotes de este siglo, en las parroquias en que habitan no quiero predicar al margen de su voluntad. Y a estos sacerdotes y a todos los otros quiero temer, amar y honrar como a señores míos. Y no quiero advertir pecado en ellos, porque miro en ellos al Hijo de Dios y son mis señores. Y lo hago por este motivo: porque en este siglo nada veo corporalmente del mismo altísimo Hijo de Dios sino su santísimo cuerpo y santísima sangre, que ellos reciben y solos ellos administran a otros» (Test 6-10). A pesar de tener una visión muy clericalizada de la Iglesia, Francisco reconocía que los simples fieles también formaban parte de ella. Por eso, a la hora de poner en práctica su obediencia L>clesial se la manifiesta también a ellos de una forma sencilla y sin complejos. En primer lugar a los hermanos que formaban la Fraternidad, en

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