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La reforma de los estudios filosoficos 353 bien reconocido mérito, el abate Juan Antonio Nollet. D'Alembert escribía gozoso: « El estudio de la geometría y de la física experi– mental comienza a reinar en ella... El estado actual de la física entre nosotros, el gusto que los mismos ignorantes testimonian por ella; el ejemplo de los extranjeros que gozan desde hace tiempo de las ventajas de tal establecimiento: todo parecía pedir que nos procu– ráramos uno semejante ». Mas para prestar a su estudio la atención requerida por su importancia, no bastaría un bienio filosófico estructurado como hasta entonces. Sería preciso añadir un año más, o mutilar el tiempo dado a la lógica y a la metafísica, para aumentar el de la física. D'Alembert buscaba también un hueco para sus preconizadas cátedras de moral, derecho público e historia, a costa, esta vez, de las clases « semi-inútiles » de árabe, griego, hebreo y elocuencia, que había en el Colegio Real. Los principios de la moral filosófica, bien desarrollados, podrían interesar a los demás países; el derecho público, por su parte, era, según él, casi desconocido en Francia; la cátedra de historia universal reclamaría la presencia de un profesor con dotes de sabio y de filósofo a la par. A este cuadro de reformas enciclopedísticas, tal como influiría muy pronto en la de la instrucción pública en España, le faltaría uno de sus trazos más vigorosos si omitiéramos su expresa proyección anti-escolástica. En el artículo École (philosophie de l') la presenta D'Alembert como el polo opuesto a cuanto él quiere entronizar para el futuro. La escolástica es la antítesis diametral de lo que, según él, se necesi– taba para modernizar la enseñanza ele un modo útil. La describe como la filosofía que ha reemplazado las cosas con las palabras, y, con cuestiones frívolas o ridículas, los grandes pro– blemas filosóficos; que para explicar cosas ininteligibles emplea términos bárbaros; que hizo nacer, o rindió culto a los universales, las categorías, los predicamentos, los grados metafísicos, las segundas intenciones, el horror al vacío ... Una filosofía, en fin, hija del espíritu de la ignorancia, sobre cuyos engendros, que atestan tantas biblio– tecas, podría colocarse el rótulo: Ut quid perditio haec? Si en recesión en gran parte de Europa, e incluso en la Sorbona, « grace á quelques professeurs vraiment éclairés », que luchan para Laurentianum - An. XXI 21

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