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348 Zamora En sus tierras de origen el movimiento ascendió de una base culta a la cúspide rectora, presionando directa o indirectamente sobre ella para provocar las reformas apetecidas por la primera. En otros países, señaladamente en los marcados en el siglo XVI por el sello de la contrarreforma religiosa, las innovaciones hubieron de ser espo– leadas decisivamente por gobiernos de rompe y rasga, abriendo brecha en el muro de una mentalidad e instituciones, si fecundas y tal vez gloriosas en el pretérito, ya en fase de esclerosis y declive patentes. Sus regímenes políticos, actuando en tales circunstancias en choque con las ideas y convenciones de la mayoría, admitieron tácita o abiertamente el impulso de la «inteligencia» continental. El cuartel general de ésta, con sede en París, disponía en casi todas las « pro– vincias» de Europa de una dócil y activa quinta columna catalizadora. Los ministros de estos gobiernos tenían aguda conciencia del correlato entre el grado de ilustración y la intensidad de las reformas emprendibles. La convicción de estar llamados a situar a su país en órbita con las exigencias del siglo, pesaba en su ánimo como un imperativo inexorable. ¿ Y qué escenario más espectacular o piedra de toque más reve– ladora que la puesta al día de las universidades? Buena prueba es lo que escribía, en plena marcha de la reforma de las españolas, su tesonero mentor, Pedro Rodríguez de Campo– manes, tendiendo la vista sobre el panorama europeo: « Todas se han ido reformando a medida que los gobiernos se ilustran » 1 • No menos les impelía a sus promotores oficiales la esperanza de pasar a la historia honrosamente por esta empresa, compartiendo la gloria reservada a sus « empresarios » naturales, los sabios. Su epistolario lo comprueba. En el cruzado entre Madrid y Lisboa sobre planes de estudios le dice el fiscal de Carlos 111 al ministro del rey lusitano: « No son menos célebres en la posteridad los reyes y ministros que fomentan las ciencias que los mismos sabios dedicados a ilustrarlas con estudios y especulaciones. Horado pagó bien a Mecenas su protección, perpetuándose la memoria en sus poesías» 2 • 1 AHNC leg. 5430 n. 14 f. 157v. 2 ACC ms. 34/5.

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