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124 Miguel Anxo Pena González Espíritu LXXI (2022) ∙ n.º 163 ∙ 119-143 La libre voluntad—incluso ante el bien y el mal—necesita de una regla, de una norma frente a la cual determinarse y, dicha norma, es la ley. Por lo mis- mo, la ley para Ockham sería la potencia absoluta de Dios, aunque no ha elaborado una definición acerca de la ley, ésta podía considerarse como la experiencia de la esencia divina —inteligencia y voluntad— que manifiesta lo que el hombre debe o no hacer, estableciendo de esta manera el bien y el mal y fundando la obligación de la conciencia moral. Vinculado a esto surge también la idea de entender el derecho divino como si de un discurso escrito se tratase. Y, en razón de ser una elaboración escrita, también requie- re ser oportunamente interpretado. Aunque contingente y creado por Dios, el mundo tiene leyes propias; el hombre tiene su ley, que él denomina ley natural. Y, para definirla, el hom- bre no debe referirse a una naturaleza humana común que no existe, por lo que ha de apelar a la conciencia. De manera externa a nosotros hay una ley que se impone y que se nos impone. Esta ley exterior a nuestra voluntad es el imperativo de la recta razón, que nos manda la voluntad de Dios. En este sentido, el bien se puede confundir con los preceptos de la recta razón. Esta sería el sentimiento de que algunas acciones son mandadas o prohibidas. El primer precepto de Dios sería obedecer a los preceptos de la recta razón, que se impondrán a priori, al tiempo que mostrarán directamente, y con evidencia, aquello que debemos hacer o no 11 . La moralidad, como consecuencia, sería el encuentro de la libertad y de la ley, puesto que sin libertad no existiría moralidad, de igual manera que si no hay moralidad, tampoco habría obligaciones. Posteriormente, el fran- ciscano se preguntará cuál es el origen de la ley, volviendo a insistir que se- rían las obligaciones morales y, consecuentemente, las normas solo podrían venir de Dios. Solo Él podría imponer al hombre una norma que obligase en conciencia. Nuevamente vemos cómo, en su discurso deductivo, está presente el conflicto con el Pontífice y la observancia radical de la pobreza franciscana, como deducción de los preceptos evangélicos. Para Ockham entre esencia, inteligencia y voluntad divina no habría distinción, pues todo aquello que Dios quiere lo pretende según su inteli- gencia infinitamente perfecta 12 . Por otro lado, el hombre no puede conocer con la razón los motivos del orden moral, a menos que Dios se los revele. 11 Cf. R. W. Hall, “Ockham and Natural Law”. 12 Cf. I. Tonna, “Il criterio volontaristico nella dottrina ética di Guglielmo di Ockham”.
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