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122 Miguel Anxo Pena González Espíritu LXXI (2022) ∙ n.º 163 ∙ 119-143 que aquí sobresale Duns Escoto, quien afirmará que la voluntad ha de tener primacía sobre la inteligencia. Para él no tendría sentido hablar de categorías de superioridad en rela- ción a la voluntad y al entendimiento —en una comprensión metafísica— pues se trata de principios diversos. El entendimiento es movido según su naturaleza por el objeto que estimula las potencias psicosomáticas del in- dividuo. El estímulo es un suceso causal. Si la voluntad fuera movida natu- ralmente por un objeto, no habría diferencia entre el entendimiento y la voluntad, pues ambos serían considerados como naturalezas que actúan de acuerdo con la necesidad al modo de un simple reflejo: el hombre no sería más que un bruto inteligente. Por el contrario, la voluntad no reacciona por necesidad natural, conserva una indiferencia activa respecto del objeto pre- sentado. La exposición del mismo es un punto de partida necesario, pero es el principio de una cadena de actos necesarios. La voluntad es dueña de sus actos, lo que implica que es la esencia de la misma, considerando que no tiene solo la potestas y el dominium sobre sus propios actos, sino que es también el motor director de la vida espiritual. En este sentido, para el hombre lo que cuenta es la caridad, que nos ha de llevar a amar a Dios, siendo la visión del mismo el punto álgido de la caridad. Por el contrario, el pecado supone la pérdida del centro. Y, de igual manera, la rotura de la comunión con Dios deja al hombre a oscuras y a merced de las cosas. El ser humano, reconociendo a Dios como dueño absoluto de las cria- turas, puede darse cuenta de que el mundo es volitum . En la aplicación real de esa caridad por parte de las criaturas, un elemento fundamental lo ocupa el cumplimiento de la voluntad de Dios: “fiat voluntas tua”, que supera una lectura racional, abriendo a todo el amplio mundo de lo afectivo, que será también identificado con la voluntad y, estrechamente unida a la misma, de la libertad evangélica 6 . La lectura de los diversos acontecimientos históricos llevó también a la propuesta de unas praxis de piedad, que eran reflejo de esta concepción teológica. 6  A la base estaba una vuelta a la primigenia opción evangélica sostenida por san Francisco de Asís, donde estaba planteada la renuncia total y radical a las cosas —el “abandonarlo todo”—, en cumplimiento de los preceptos evangélicos, que tendrá una importancia singular en el momento en el que los franciscanos se tengan que enfrentar al cumplimiento de la Regla franciscana, y sus implicaciones de pobreza, frente a lo que les viene dispuesto por la Sede Apostólica. Un ideal de perfección al que se veían obligados en fuerza moral y de ley.

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