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270 .T. MICÓ que nuestra Fraternidad es puro don, pura gracia, con vistas a testimo– niar el nuevo tipo de relaciones humanas que nos ofrece Jesús por medio del Reino. La creación de la Fraternidad supone, además del compromiso de amarse y ayudarse a responder con fidelidad al Evangelio, la existencia de unas bases humanas que hagan posible la construcción de un grupo donde las relaciones fraternas sean testimonio de una convivencia gra– tificante. Este talante abierto y acogedor de la Fraternidad puede ser una oferta para una sociedad que sólo se agn1pa de forma corporativista para defender sus propios intereses, pero que se refugia en su intimidad indi– vidualista a la hora de compartir su vida. Aportar un espacio en el que cada uno pueda ser él mismo y relacionarse personalmente con los otros puede ser tarea de nuestras Fraternidades, como también el basar estas relaciones, no en el poder o el dominio, sino en el servicio y la mino– ridad. La Fraternidad, por último, puede aportar el ser signo de una huma– nidad reconciliada, donde no tengan sentido ni las luchas ni los des– niveles sociales, y esto porque se ha cambiado la ambición por la solida– ridad, de modo que cada uno pueda contar entre sus derechos, y también entre sus deberes, la realidad del amor y del encuentro fraterno. 7. PENITENTES DE CORAZÓN Y DE OBRA La pe!Üte!1cia, entendida en el sentido tradicional de actos, no ofrece actualmente mucho interés. Pero no cabe duda de que, si pretendemos ser una Fraternidad evangélica, hay que recuperar el sentido de la con– versión continua y su expresión en actitudes y gestos. El sacramento de la pen;.tencia es el principal de ellos, pero cada uno, y la Frat'Crnidad como tal, puede encontrar mil modos de decirse y decir a los demás que somos penitentes sabedores de nuestra fragilidad a la hora de seguir el Evangelio y que, como tales, tomamos nuestras medidas. Aceptar los achaques de la enfermedad y la vejez, afrontar eJ cansancio del trabajo como parte de nuestro servicio menor, decidirnos a profundizar en nues– tras relaciones fraternas, sobre todo con aquellos hermanos con los que no congeniamos, ayunar de comida y de pequeños caprichos entregando el importe a los pobres, y otras muchas cosas que se nos pueden ocurrir, facilitarían nuestra docilidad penitente a la hora de permanecer abiertos a la graci~. Además de todos estos gestos que ayudan a nuestra conversión, la faceta penitencial de nuestra vida puede ser recuperada desde una nueva climensión si nos decidimos a afrontar, con realismo y de forma activa,

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