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268 J. MICÓ Si somos consecuentes con lo fundamental de nuestra opción evan– gélica, ni el apostolado, ni el trabajo, ni ocupación alguna pueden ser un 6"bstáculo continuado para nuestra búsqueda y adoración de Dios, liberando toda nuestra creatividad para hacer posible la presencia viva de Dios que nos funda, nos acompaña y nos espera. 4. POBRES PARA DIOS Y SOLIDARIOS CON LOS HOMBRES En el encuentro con el Señor, si de verdad es sincero, experimenta– mos lo que es Dios y lo que somos nosotros, su riqueza y nuestra po– breza. Sin embargo, a pesar de percibir esta nuestra menesterosidad existencial, no es lo detenminante a la hora de hacer nuestra opción. Lo que nos empuja a hacernos pobres por el Reino es el ejemplo kenótico de Cristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por nosotros al tomar la carne dP nuestra debilidad y predicar la buena noticia del Reino en una situación de pobreza itmerante y desarraigada. La Fraternidad primitiva supo traducir en formas provocadoras esta actitud evangélica, presentándose como un grupo alternativo que ofrecía una forma nueva de organización económica, donde la satisfacción de las propias necesidades no producía víctimas. La austeridad y la solida– ridad fueron los dos elementos donde encarnaron su pobreza, y estos mismos elementos son los que nos deben cuestionar también la nuestra. Ante una sociedad, cuya economía se funda en el consumismo, cabe exigirnos un poco de lucidez para ver y saber distinguir las verdaderas necesidades personales de las creadas artificialmente para incrementar la producción Y, con ella, la riqueza. No podemos ser tan ingenuos en nuestra inserción en la sociedad, lanzándonos a un mimetismo irreflexivo que nos iguale con los demás. El consumo del primer mundo, en el que nos ~ncontramos, ya no es tan inocente, pues necesita para su manteni– miento seguir despojando de sus riquezas naturales, de su trabajo y de su dignidad, 21 llamado tercer mundo, y esto nos debe hacer pensar a la hora de concretar nuestra pobreza. Por otra parte está la solidaridad. La necesidad, ya tradicional, de buscar bienhechores solventes que nos pudieran constnnr los conventos y ayudar económicamente en situaciones graves ha hipotecado, con fre– cuencia, nuestra libertad y nuestra identidad al convertirnos en un grupo de pobres elitistas. Nuestras relaciones con los pobres reales han sido, la mayoría de las veces, paternahstas, mientras que hemos considerado como un honor el roctearnos de gentes de clase distinguida. Desde esta situación, por ,desgracia no superada del todo, difícilmente podemos pre– sentarnos como una Fraternidad pobre que comulga con la situación y las esperanzas de los pobres.

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