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VALORES EVANGÉLICOS DE LA REGLA HOY 265 todo lo contrario. La constatación de nuestras limitaciones y nuestra incapacidad creativa deben ser el punto de partida para caminar de nuevo en busca de esa utopía ·evangélica que nos manifestó Jesús con su propia vida y que Francisco y los suyos intentaron seguir como la única forma para ellos de su realización como hombres creyentes. l. VIVIR EL EVANGELIO DENTRO DE LA IGLESIA Nuestra identidad como Franciscanos se centra en el seguimiento evangélico de Jesús. Pero si a nivel teórico esto está claro, no lo está tanto cuando descendemos a la práctica. Seguramente hoy casi nadie nos identifica a mvel de Fraternidad como un grupo que ha optado de forma especial por el seguimiento radical del Evangelio. Nuestra vivencia del Evangelio se difumina entre la masa gris de los cristianos que ha llegado a conciliar de forma voluntarista las exigencias evangélicas con los anti– vak,res del Reino. De este modo damos la sensación de no ser capaces de querer demostrar con nuestra vida lo que un tanto eufóricamente defondemos a nivel teórico como nuestra identidad evangélica. El creer en la buena noticia del Reino no se reduce al campo de las ideas y de las puras intenciones. Aceptar el Reino es albergar una con– fianza existencial en que los valores que nos ofrece Jesús en su Evan– gelio son fundamentales para nuestra realización humana y que, por tanto, merece la pena arriesgarse a vivirlos, aunque tengamos que aban– donar nuestras propias seguridades. Optar por el Evangelio es atreverse a reconocer que el único camino posible de nuestra realización es el reco– rrido por Jesús al desenmascarar y enfrentarse con el mal para crear unas condiciones humanas en las que los hombres pudieran vivir y ma– durar según el proyecto amoroso de Dios. Esta decisión supone riesgos, pero hay que asumirlos como parte inte– grante de nuestra respuesta a la llamada que nos hace Jesús para que le sigamos. La opción por el Evangelio no es, pues, una idea abstracta y vacía; supone una concretización de actitudes y de hechos que con– fieren al grupo que las adopta un talante radical que ofrece como alter– nativa, aun a costa de sentirse desautorizados y marginados por aquellas formas sociales en que se encarna y expresa el mal al que pretendemos combatir. Esta opción evangélica no podemos hacerla al margen de los demás creyentes que forman la Iglesia. Ésta es el ámbito natural -y sobre– natural- en el que hemos recibido el poder creer en el Evangelio y, por to tanto, el único espacio donde poder vivirlo. Como orgamzación hu– mana que intenta encarnar su misterio por medio de estructuras, es, y lo será siempre, deficiente. De ahí que sea posible y deseable una crí-

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