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JULIO MICú, OFMCap VALORES EVANGÉLICOS DE LA REGLA DE S. FRANCISCO HOY Las palabras del Señor: «Convertíos y creed en la buena noticia» (Me 1, 15) podrían ser el marco adecuado desde donde leer esta reflexión sobre los valores evangélicos contenidos en nuestra Regla. Corno creyentes que intentan s·eguir a Jesús, 1a invitación a conver– tirnos para poder creer en la actualidad del Reino nos lanza irremedia– blemente por el camino de la búsqueda esperanzada de nuestra propia identidad, con la plena convicción de que, si nos dejamos guiar por su Espíritu, avanzaremos en nuestro empeño por crear una Fraternidad que responda a las exigencias de la Iglesia y de la sociedad. El Concilio Vaticano II supuso para nosotros un despertar de espe– ranzas, que puso en movimiento todo un dinamismo de renovación en fidelidad a los orígenes y abierto a los retos que la sociedad nos presen– taba; fruto de eilo fueron las diferentes Constituciones, que representan la «lectura actualizada» de nuestro proyecto de vida, es decir, de la Regla. Pero s1, a nivei teórico, podemos darnos por satisfechos al haber conse– guido la meta propuesta, no cabe decir lo mismo al hablar de su actua– ción o de 5"U puesta en práctica. Hemos convertido ·el diseño de nuestra identidad, tal como aparece en las Constituciones, en pura ideología sin apenas incidencia en nuestra vida real. Hemos creado una dicotomía entre lo que decimos ser y lo que somos en realidad, y esto nos ha llevado a una progresiva búsqueda de nuestras satisfacciones individuales, renunciando a lo utópico de nuestro proyecto común como Fraternidad. El espíritu del «postmodernismo», del que tal vez ni siquiera hayamos oído hablar, ha calado también entre nosotros, haciéndonos desistir de creer y trabajar por ese modo nuevo de ser personas que Jesús expresó con el concepto de Reino y que Fran– cisco y sus primeros compañeros llevaron, dentro de sus posibilidades, a la práctica. Estamos tocados por el «desencanto» y la solución individualista del «sálvese quien pueda», actitud que desentona con nuestra condición de seguidores de Jesús conforme al proyecto concebido por Francisco. Por eso nuestra apelación a la realidad, por pobre que ésta sea, no puede convertirse en horizonte o meta que justifique nuestro desencanto, sino

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