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VALORES EVANGÉLICOS DE LA REGLA HOY 273 apertura a la voluntad divina, pero no debería agotarse en ellas tal res– ponsabilidad. Es la propia Fraternidad la interesada en que todos obedez– camos al proyecto evangélico que hemos prometido; por tanto, debe ser la misma Fraternidad, además de los superiores, la que ejercite este deber de discernimiento, sin limitar el hecho de la obediencia a un diálogo auto– ridad-súbditos. Los Capítulos provinciales y locales son el lugar adecuado para el des– cubrimit:nto y concretización de lo que entendemos por voluntad de Dios, dejando a los superiores el cuidado último de que se lleve a cabo. Es decir, que los superiores deberían ser los «gerentes» de las decisiones de la Fraternidad adoptadas en capítulo, s·1empre que sean una concretiza– ción de los valores expresados en la Regla y las Constituciones, y que la misma Fraternidad ha descubierto como voluntad de Dios para ella. Este primer descubrimiento de la voluntad divina no puede ser tornado corno motivo de atimcheramiento en el propio modo de ver las cosas, frente a las restantes Fraternidades y los superiores. El discernimiento de una Fraternidad debe incluir también los pareceres de las otras y de los supe– riores, adoptando la «objeción de conciencia» solamente en casos lírrúte y no como forma ordinaria de camuflar el empecinamiento de la propia voluntad. 11. LA AFECTIVIDAD DE LOS HERMANOS La castidad célibe no puede ser entendida •exclusivamente como simple renu:nCia a la actividad sextml. El ejemplo de Jesús nos muestra que la renuncia al ejercicio de la sexualidad es, más bien, una consecuencia de haber abandonado el proyecto familiar para dedicarse más plenamente al anuncio del Reino. Esta opción deja sin sentido el que nos planteemos el ejercicio de la sexualidad, por cuanto que nuestra afectividad ha tomado la forma celibataria y fraterna. De ahí que entrar en la Frater– nidad suponga el abandono de todo proyecto familiar y la dedicación del potencial afectivo a las relaciones entre los hermanos y el trato con los demás. Sin embargo, el optar por unas relaciones célibes no quiere dec·ir que debamos renunciar a una afectividad cálida. El cariño materno que nos ofrece Francisco como modelo a superar de amor fraterno debería cues– tionarnos si nuestras relaciones no pecan de adustez, corno fruto de una afectividad atronada o acartonada. Nuestras relaciones afectivas en la Fraternidad deberían ser una oferta de que, más .allá de toda relación de pareja, existen otras formas de rela– cionarse afectivamente, que pueden ser tan humanizadoras y gratificantes como ella. Nuestra afectividad célibe, v'lvida en Fraternidad de una forma

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