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«ADORAR AL SEÑOR DIOS» 183 3. LA ORACIÓN DE LOS LAICOS Fuera de la oración litúrgica de los monjes no hay, en la Edad Media, rastro literario de otras formas de oración. Las canciones de gesta nos han ca:::iservado algunos textos de oraciones, pero existe la duda de si se trata verdaderamente de expresiones corrientes de una piedad personal o son, más bien, stu1.p1'es elaboraciones literarias. Indudablemente, el «Padrenuestro» y la primera parte del «Avemaría» eran conocidos por todos. Los );almos parece que también tuvieron aceptación no sólo entre los clérigos sino entre los laicos cultos que, desde muy pronto, impul– saron su traducción a la lengua vulgar. Sin embargo, desconocemos con qué espfritu o con cuánta frecuencia eran recitados. Esta imposibilidad de descifrar, por medio de la plegaria, la relación que había entre los laicos y Dios s<>lo puede ser superada analizando otras formas de piedad y devoción. La masa popular del siglo XII, incapaz de pensar e, mcluso, de imaginar en términos abstractos, realizaba su experiencia religiosa a nivel de los gestos y ritos que la pusieran en con– tacto con la esfera de lo sobrenatural. De esta manera, su inmenso deseo de lo divino encontraba satisfacción en manifestaciones que llevaban una fuerte {:arga emotiva pero cuyo contenido teológico era, con fre– cuencia, bastante débil. En realidad no imaginaban que se pudiera entrar en contacto con lo divino s{ no era mediante aquellos gestos que, en cierta manera, les p:rocuraban una •especie de dominio de lo sagrado. Es la época en que !a liturgia juega un papel fundamental incluso para los la-icos, aunque no comprendieran apenas su significado. La ,participación en la plegaria oficial de la Iglesia -la liturgia- se realiza principalmente a través de la Misa, puesto qne los otros sacra– mentos pertenecen al ámbito de lo privado y apenas tienen relevancia, si no es, como ·en el caso de la penitencia, como preparación para recibir la eucaristía. Aun así, se asiste más para ver el Cuerpo de Cristo que para recibirlo. Al hablar de la oracióp. de los laicos no podemos tener una v1s1on plana que distorsione la realidad. Además de la masa popular, inculta y sin apenas vida interior, había otros grupos de laicos con mayor prepa,ra– ción y una vida espiritual más mtensa. Así, los pocos nobles y burgueses pudientes que habían aprendido a leer ·en el salterio, tenían sus libros de horas y devocionarios con los ,que motivar su oración. Igualmente, los grupas de «beguinas» y «penitentes», todos ellos laicos, que d1spo– nfan de una vida espiritual más organizada y sensible, tenían la forma y el tiempo de -oración adecuados a su estado. Por último, los Moví-
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