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182 J. MICÓ mientos-, •experimentando de una forma oscura, pero cierta, la presencia de Dios. En esta forma simplicísima podrá durar todo el día por medio de ocupaciones que reqmeran poca atención. La orad6n eremítica se caracteriza, además, por una gran libertad, no sólo respecto al método, sino también frente a cualquier forma de oración impuesta desde fuera; tratará de rechazar todo aquello que no nazca espontáneamente de la experiencia del momento y del impulso del Espbritu, con todos los riesgos ilusorios que esto pueda comportar. Sin embargo, esto no se puede aplicar a todos. Los monjes-eremitas han llegado a. un equilibrio tan grande entre soledad y plegaria comuni– tarí.a, tal como se expresa en sus Reglas, que difícilmente les afecta este tipo de peligros. Así, para los Cartujos, el Oficio divino era una pieza esencial en su plan de vida contemplativa, 'Cl centro del que irradiaba ía ar-ación comunitaria y personal, aunque para hacerlo compatible con la soledad no lo rezaran todo en común. En su estructura, la oraci'-.'m de estos monjes-eremitas mantiene los mismos elementos de la oración monástica. El cartujo Guido II (t 1188) dice en su «Scala Claustralíum»: «La lectura lleva la comida a la boca. La meditación la mastica. La oración la snborea. La contemplación es este mismo sabor que alegra y restaura.» Se reunían en la iglesia para el rezo coral de los maitines y laudes, muy entrada la noche, y de las vísperas, al atardecer. Los ,demás oficios litúrgicos los recitaban en sus celdas, donde hacían también la «lectio divina» o lectura y meditación de la Palabra de Dios. Los domingos, tanto los clérigos como los laicos, o conversos, vivían de una forma más mtensa !a propia liturgia cantando todo el Oficio divino en la iglesia; Oficio que muchos de ellos se sabían de memoria para que la lectura no ii.,·pidiera la devoción del corazón. Si los Cartujos, por ser monjes, comparten con éstos la oración litúr– gica, ésta se hace lo más escueta y breve posible, hasta reducirse a su mm1ma expresión. Con ello confirma,n su identidad eremítica, dedicando grandes espacios de tiempo a la oración individual o privada. Un gesto de esta limitación litúrgica es la misa conventual única, y no siempre diaria, a pesar de que la mayoría eran sacerdotes. En cuanto a esos otros eremitas aislados, que compartían con el pue– blo su expzriencia espiritual, no sabemos a ci·encia cierta cómo concre– taban su :_·elación con Dios. Ciertamente no era la liturg.ia la forma prio– ritaria ele su oración, puesto que en la mayoría de los casos su cultura no llegaba a tanto. El talante popular de su espiritualidad les llevaba, más bien, a una oración de formas y gestos, donde la recitaci•)n mecánica de «padrenuestros)} constituía la parte esencial.
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