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«ADORAR AL SEÑOR DIOS» 1:81 con st\ oración. Este diálogo incesante tiene lugar durante la recitación del Oficio, durante las tres horas de «lectio» y durante el trabajo, por medio de la «med1tatio». Incluso durante las comidas, ,mientras el cuerpo se nutre, la lectura hecha en voz alta alimenta el alma con la Palabra de Dios. Bn cuanto a la «contemplatio», no se trata ,de lo que hoy entendemos como tal, es decir, aquellos estados de oración muy elevada ,que está en la línea normal de la vida contemplativa. Se refiere, más bien, al con– junto de actos y ,comportamientos ,del espíritu que dan lugar a la oración. A partir de finales del siglo XI, una de las actividades de la oración comienn a ser obj,eto de una literatura especial: la meditación metódica. En realid:.!d se trata de material para la «lectio ,divina». S. Be11nardo, por ejemplo, escrlbirá una serie ,de consideraciones sobre cada uno de los misterios de Cristo, para enriquecer el contenido de la plegaria y cen– trarla en el misterio cristológico. Pero lo que en un principio ·se hizo como ayuda para meditar la E>scritura, con el paso del tiempo se con– virtió en la principal forma de oración, hasta llegar a la sobrevaloración de la llamada «oración mental». 2. LA ORACIÓN EREMÍTICA Otra de las fuentes que alimentó la oración de Francisco fue la ere– mítica. La floración de ermitaños que, a partir del siglo XI, ,conoció el Occidente tuvo una especial repercusión en la Italia central, hasta el punto de Uamarla enfáticamente «la Tebaida umbra». Siin embargo, al hablar de vida eremítica hay que tener en cuenta la variedad de formas que contenía este término; es decir, que era poli– valente. Para empezar, ,el eremita medieval tiene poco en común con los anacoretas que poblaron el desierto de Egipto; más que un solitario, es un penitente. Algunos de estos eremitas se agrupaban en monasterios, como los Cartujos y Camaldulenses. Otros vivían aislados en medio del bosque, aunque alternaban esta soledad y retiro con períodos de predicaci-ón iti– nerante. Por dlo, el tipo de oración que configuraba la vida de unos y otros difería notablemente. En líneas generales podemos decir que el eremita busca la soledad para vivir con Dios. Esta soledad constituye para él el lugar de la pre– sencia de la divinidad y, por tanto, también del encuentro con ella. La oración del eremita se caracteriza por la búsqueda de una renuncia y de una simplicidad cada vez ,más absolutas. Consistirá simplemente en la observancia del silencio, de la inmovihdad -sin palabras y sin pensa•

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