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180 J. MICÓ En la tradición monástica la vida de orac10n cristalizó en una doble forma: la oración pública y la privada. Sin embargo, para los antiguos monjes estas dos formas no diferían demasiado. La oración personal y silenciosa estaba en el centro de la oración pública, mientras que la reci– tadón de la Escritura sostenía la oración personal. No se les ocurrió siquiera que la oración privada pudiera bastar sin la ayuda de la Palabra divina. Es decir, toda oración era suscitada por un texto bíbhco, leído o recitado. Así pues, lo que ,hoy entendemos por oración estaba formado por cuatro actividades diferentes pero complementarias: la lectura, la medi– tación, la oración y la contemplación. Si la estructura de las horas del Oficio tiene su origen en el asce– Hsmo premonástico de Tertuliano y Cipriano, su adopción por parte de los cenobitas en los siglos IV y v le confirieron un nuevo carácter. De ser unas celebraciones privadas y espontáneas pasaron a ser comunita– rias y obligatorias. En la práctica, el Oficio divino comporta dos elementos básicos: el salmo y la oración. El salmo, propiamente hablando, no es una ora– ción, sino la preparaci<Jn o invitación a orar. Después de leer o escuchar el salmo, se ora en silencio durante algún tiempo. Entendido como Pala– bra de Dios, el salmo suscita una respuesta: la oración propiamente dicha. Los monjes }rlandeses, con S. Columbano al frente, aumentaron de tal modo el número de salmos, que no dejaron tiempo para la oración personal. Esta es la razón de que desapareciera el ·segundo y principal elemento. Respondiendo a la invitación de Jesús de «orar sin desfallecer» (Le 18, 1), muy pronto fraguó en el m0tnacato, partiendo de una interpretación literal, la práctica de la orad6n contmua o «laus perennis». Las Reglas que adoptara~ esta práctica alargaron desmesuradamente el Oficio, no dejando lugar a otras actividades como el trabajo. Sin embargo, el mona– cato :latino, representado por S. Benito, elaboró una doctrina equilibrada del trabajo y de la plegaria: el conocido «ora et labora». Para S. Benito, trabajo y oración no se oponen. Se puede trabajar y, al mismo tiempo, recitar la Escritura. Esta «meditación» durante el tral;\ajo prolonga el tiempo de la «lectura» divina, asegurando la es– cucha continuada de la Palabra de Dios. A la meditación o recitación de la Escí'itura, el monje responde con breves oraciones que varían según la •disposición del corazón o las posibilidades del trabajo. La jornada ,monástica adquiere así una perfecta unidad. De la mañana a la noche el monje escucha al Dios que le habla y, a su vez, le responde
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