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178 J. MICÓ no le viene dada por su aportación literaria a la historia de la espiritua– lidad, como es el caso de algunos místicos como S. Juan de la Cruz y Sta. Teresa, sino por su forma per-sonal de «practicar a Dios» que nos descubre la fuerza humanizante de lo divino cuando el hombre se deja habitar por Él y acompaña de forma activa esta prese;ncia. Francisco aprendió en Dios a amar y s·ervir; y los que saben amar y serv.ir, saben también orar, puesto que estar o caminar en la presencia de Dios no es otra cosa que hacerse cargo del inmenso amor del Padre puesto a nuestro servicio en Jesús. Para que haya oración se necesitan dos personas y una relación: Dios, el hombre y el encuentro de ambos. Pero s1 nos fijamos en el modo de realizarse •este encuentro, comprobaremos que es el hombre el que determina la forma cultural de imaginarse a Dios y, por tanto, la ma– nera de materializar este encuentro con lo divino. Para adentrarnos un poco en ese recinto personal e íntimo de Fran– ctsco donde se realiza su encuentro con Dios -la oración-, tendremos, pues, que admitir los distintos elementos que confluyeron ·en su per– sona al tener que imaginansc lo divino: la familia, la escuela, la liturgia y el arte. Todos estos erementos contnbuyeron a que Francisco se hiciera una imagen de Dios trascendente e inabarcable, pero, al mismo tiempo, cer– cana, hast2 el punto de hacerse hombre. Para él, Dios •era absoluto, pero prescindible; todopoderoso, pero vulnerable; santo, pero capaz de mez– clarse con el pecado para destruirio. Este Dios de contrastes, ·que, por otra parte, es el que nos muestra Jesús, configuró la imagen de lo divino que cristalizó en la experiencia de Francisco. Entr,e los componentes que ayudaron a Francisco a representarse a Dios destaca, por su repercusión, la liturgia. En ella descubrió la Escri– tura, proclamada y celebrada en la Iglesia para convertirse, después, en costumbre y fiesta dentro del ambiente social y familiar. Ella fue la que le prestó los colores para pintar, haciéndolo visible e imaginable, al Dios que animaba su fe. La influencia de la liturgia, pues, hay que ponerla comu el elemento determinante de la personalidad de Francisco, ya que la imagen que ·se formó de la divinidad fue como la matriz que modeló su acíividad orante, puesto que solemos abrir y entregar nuestro corazón al Dios que nos imaginamos.
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