BCCCAP00000000000000000001495

«ADORAR AL SEÑOR DIOS» 209 ofrecido a los hombres. Si tomamos la oración comunitaria como un trá– mite rutinario para cumplir la legislación, el tiempo se encargará de clari– ficar las cosas haciendo ver, al menos para los que nos observan, que lo que allí se hace no es oración sino pura charlatanería o mudo silencio. La oración, aun siendo importante por ser uno de los elementos fun– dantes de nuestra identMad, no puede ser tomada en vano utilizándola como falsa panacea de todos los problemas de la Fraternidad. Cuando el grupo, o uno de sus miembros, no funciona, la única solución no tiene por qué ser el aumento de los tiempos de oración, ya que -muy posible• mente- lo que necesite sea visitar a un psicólogo u otro tipo de terapias que solucionen el problema. Por otro lado, la invasión de nuevas técnicas orientales de oración está amenazando a la oración misma al vaciarla de su contenido teo– lógico. La oración cristiana no puede tener otro objetivo que el Dios de Jesús, manifestado como Padre suyo y también nuestro. Por eso, con– fundir los medios con el fin, entregándose a una oración difusa e im– personal, es renunciar a la oración que la Iglesia ha mantenido como identificadora de lo cristiano y a la que Francisco se adhirió con labo– riosidad como única forma de respuesta a la llamada existencial que el Señor le hizo una vez convertido. La oración de Francisco, como expresión de su vida, fue la oración del que se sa:be pobre y, ,por tanto, no se apoya en sus propios méritos sino en la bondad del Señor. Desde esta actitud se entiende el reconocimiento de los valores, sin ningún tipo de envidia, que Dios ha distribuido entre los hombres para que k>s aporten en el quehacer común del Reino creando fraternidad; Percibir esos valores y dar gracias a Dios por ellos es una forma de entrar en la dinámica de la pobreza que alcanza, incluso, a !a misma oración. De ese modo podemos afinar la propia sensibilidad descubriendo valores reales allí donde otros no ven más que amenazas y calamidades. La oración, en definitiva, debe abordarse desde lo que ella misma es y el lugar que ocupa dentro de la vida cristiana. La renovación conciliar intentó hacer creíble nuestra vida franciscana remitiéndonos a los orí– genes para recuperar, de forma nueva, nuestra identidad. Pues bien; no se podrá dar una actualización del carisma franciscano si no recobramos la frescura -y al mismo tiempo la hondura- de una oración confiada, que no teme el reto secularizante de nuestra sociedad. porque ha experi– mentado en su propia vida lo que es y a lo que lleva el encontrarse de una forma responsable con Dios.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz