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«ADORAR AL .SEÑOR DIOS» 207 ningún obstáculo a la hora de formular una sencilla oración sobre la cruz (v. 4). Igualmente, fue el Señor el que le concedió una fe tan grande en los sacerdotes, a causa de su ministerio, que prefería callar sus defectos y limitaciones para colaborar con ellos de una forma reverente (vv. 6-10); lo mismo habría que decir de los teólogos (v. 13). Por último, el Señor fue el que le dio los hermanos para que formaran la Fraternidad, inspi– rándoles que. vivieran según la forma del santo Evangelio (v. 14). Si el mundo no es fruto del azar sino de la magnanimidad amorosa de Dios que lo acompaña en su caminar, la actitud del hombre no puede ser otra más que reconocer esta presencia, abandonándose en sus manos, y hacer de su vida una alabanza continua al que nos llama a participar de su mismc, amor. CONCLUSIÓN Después de haber hecho el recorrido por el camino orante de Fran– cisco, la sensación que nos qúeda es que, para él, la realidad de Dios fue lo que centró toda su vida. Alrededor de esta experiencia vital organizó su ser y su quehacer, abriéndose en disponibilidad ante esa Presencia de una forma confiada y agradecida, que le maduró hasta poder dar frutos de una humanidad sin egoísmos y al servicio de todos. Si para Francisco, hasta cierto punto, era evidente esta experiencia religiosa por realizarse dentro de un marco sacral como era la sociedad del medioevo, para nosotros ya no lo es tanto. Nuestra cultura ha ido emigrando hacia unos espacios en íos que Dios ya no constituye la clave de interpretación de la realidad, ni siquiera la interior del hombre. Más aún, se culpa:biliza a la ~reencia en Dios de haber mantenido al hombre en un estado d~ sumisión e infantílismo que le ha impedido desarrollar todo su potencial humano. Para salvar al hombre había que matar a Dios; y eso es lo que ha pretendido la actual sociedad occidental. Esta sociedad postmoderna, y cada vez más secular, nos está plan– teando el reto de la autodeterminación o autorrealización humana, c011• sistentc en afirmar, no sólo con las ideas sino también con los hechos, que el hombre no necesita referencia alguna para saberse y realizarse; es decir, que el hombre es la medida de todas las cosas. Si este plantea– miento trastorna nuestro sistema de creencias sobre Dios, sin embargo, también le confiere una nueva dimensión que hasta ahora se nos hacía difícil percibir: Dios como ser gratuito que no se interfiere en el desa– rrollo natural de los acontecimientos sino a través de los hombres, sobre todo de aquellos que con su conducta ética o creyente aceleran la vunida del Reino. Ante este proceso de secularismo que generalmente va unido al agnos-

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