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«ADORAR AL SEÑOR DIOS» 205 Este empeño por caminar en su presencia es lo que hizo de Francisco un contmuo buscador de Dios -peregrino del Absoluto-, que rastreaba la vida y sus acontecimientos para encontrar ·en ellos la voluntad de Dios y saciar su sed de totalidad. Por t.:so, la oración de Francisco no fue nunca una evasiva ni una des– preocupación de ios problemas reales que le planteaba la vida. Tuvo que afrontar momentos difíciles y oscuros para descubrir que, al final, siempre existe una luz que confirma la ·esperanza; pero también expe– rimentó en el gozo y la alegría la certeza de que Dios habita en el fondo de los seres y de los acontecimientos. Percibir lo divino que se mam– riesta en la creación no es algo natural que se dé sin esfuerzo. La sensi– bilidad para percibir la presencia de lo divino es un don que nos ofrece el Espíritu a cambio de que le abramos las puertas de nuestro ser per~onal y contribuyamos a que su acción operant·e se lleve a cabo en nosotros. Este gesto de receptividad activa, alargado en el tiempo y desplegado en un lugar, es lo que solemos llamar oración. La incesante necesidad de adorar, dar gracias y alabar esta presencia desbordante, reducida a un momento y a unos modos, es lo que llamamos plegaria. Los largos csp::..cios de tiempo empleados y la variada gama de formas en que des– plegó Francisco su oración, aun siendo importantes, no deben oscurecer esa otra dimensión orante que, por estar enraizada en la vida pero más allá del tiempo y del espacio, no puede ser contabilizada. El encuentro con el Señor necesita de espacios y de tiempos para materializar la acep– tación de esa presencia; pero si esos momentos de oración, en su sentido material, no sirven para agudizar nuestra sensibilidad a la hora de per– cibir le divino que se esconde y manifresta en la historia, entonces la plegaria se convierte en un círculo cerrado que no sirve más que para autoalimentar nuestras ilusiones y buscar satisfacción a nuestros deseos. Para Francisco, la conversión supuso el encuentro de dos lustorias personales: la de Dios y la suya. Pero el Dios que se encuentra Francisco no es ese ser trascendente despreocupado de todo lo que pueda ocurrir entre los hombres. El Dios que sale al encuentro de Francisco se ha hecho hombre, se ha hecho historia en Jesús asumiendo la pobreza de sus limitaciones y afrontando ·el reto del tiempo para quedarse silencioso, pero operante, en la Eucaristía. Ante tai rebajamiento, la respuesta de Francisco toma cuerpo asu– miendo su total pobreza y tratando de seguir, confiado, el camino escon– dido que Dios hace a través de la historia. En Francisco, la voluntad de seguir la vida y pobreza ele Jesús se identifica con la necesidad de tenerlo continuamente en el corazón para amarle, honrarle, adorarle,

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