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204 J. MICÓ La penitencia, pues, vista desde el aspecto comunitario y eclesial de la salvación, es también un momento gozoso en el que Dios se nos ofrece como gracia y en el que «nosotros, míseros y pecadores, incapaces de responderle e:omo es debido, imploramos suplicantes al Hijo con el Espí– ritu que le den gracias de todo como a Él mismo le agrada» (l R 23, 5). La oración litúrgica de la Iglesia debió de ser muy important·e para Francisco si tenemos en cuenta, no sólo su conciencia de haber faltado a la Regla prometida al no decir el Oficio como en 'ella se manda, sino también la d1,reza con que trata a los que no rezan el Oficio según miinda la Regla. A pesar de que Francisco no fue psicológicamente escrupuloso ni su enfermedad de los ojos le permitía leer el Oficio, sin embargo se duele de haber faltado a su deber o por negligencia, o por su enfermedad, o porque era ignorante e idiota (CtaO 39). Tal vez fuera su convencimiento de sentirs-e un ejemplo vivo para los demás lo que le llevara a recono– cer como culpa lo que era, simplemente, imposibilidad material. Esta imposibilidad convertida en culpa es la que se cernió, muy pro– bablemente, sobre algunos hermanos al no poder rezar el Oficio por falta de libros adecuados, A esos tales no los tiene por católicos ni por her– manos, y no qmere verlos ni hablarles hasta que se arrepientan (CtaO 44). Una actitud sorprendente en el Santo que, además de mostrar su vinculación jurídica a la Iglesia de Roma, indica, s1 es que no rezaban el Oficio por negligencia, su convicción de que la alabanza a Dios era fundamental para la comprensión de la Fraternidad. 4. ÜRAR LA VIDA La ora;::1ón, por importante que s·ea en el camino espiritual de un cre– yente, no puede estar desligada del resto de la vida. Orar no es un acto más dt: la persona, que se pueda colocar junto a otras actividades, tam– ·oién importantes, para la realización cristiana. El que ora se sitúa, todo él, ante la presencia de Dios, consintiendo a su acción salvadora y deján– dose transir por lo que constituye su fundamento y horizonte. Por eso Francisco no rehuyó la mirada benevolente de Dios que le invitaba a la penitenci;¡ (Test 1); es decir, a la conversión de su vida ·en un quehacer para el Reino propuesto por Jesús en el Evangelio. Desde que Francisco 'CXperimentó en Espoleto la presencia divina de una forma arrolladora, no pudo hacer de su vida otra cosa más que gastarla, convertida en res– puesta, en adorar, alabar y servir a su Señor. Franr.isco no fue sólo un orante o, al decir de Celano, la oración personificada. Francisco hizo de su vida una oración continuada al des– plegar todo lo que era, tenía y hacía, ante la mirada sanante de Dios,

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