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«ADORAR AL SEÑOR DIOS» 203 El silencio de Francisco respecto a la celebración eucarística es roto por los biógrafos al atestiguar de él que «juzgaba notable desprecio no oír cada día, a lo menos, una misa, pudiéndola oír. Comulgaba con fre– cuencia y con devoción tal, que la infundía también a los demás» (2 Cel 201). Al describirnos la imagen-robot de los Ministros, subraya que deben comenzar la mañana con la santa misa y encomendarse a sí mismos y la grey a la protección divina con devoción prolongada (2 Cel 185). Indu– dablemente ·esto sólo se podía hacer cuando la Fraternidad contaba ya con residencias fijas, tal como lo supone la Carta a toda la Orden, y que no fue posible hasta el año 1222 en que el papa Honorio III le concedió el privüegio de poder celebrar la Eucaristía y los divinos oficios en sus «iglesias, si llegaran a tenerlas», aunque con las .puertas cerradas. Con la bula «Quia populares», de 1224, el Papa «les concede el privilegio de que, en sus lugares y oratorios, puedan celebrar el sacrificio de la misa y los demás divinos oficios con altares portátiles ... ». Hasta llegar aquí, todos los hermanos, como cualquier cristiano, tenían que contentarse con ir a la iglesia más cercana para oír y, si eran sacerdotes, posiblemente celebrar la Fucaristía (TC 38). - Bl sacramento lie la penitencia Otra acción litúrgica de la Fraternidad orante es el sacramento de la penitencia. Durante la Edad Media llegó a privatizarse tanto, que pare– cía no pertenecer a la comunidad eclesial sino, más bien, a la devoción particular de los fieles. Francisco, haciéndose eco del Concibo IV de Letrán, invita a confesar wdos los pecados al sacerdote; sin ·embargo, dada su privaticidad, resulta dificil descubrir en este sacramento una acción de la comumdad eclesial en la que Dios se nos acerca como Padre que perdona y nos anima a empezar de nuevo, y nosotros aceptamos agradecidos esta nueva acogida alabándole en su misericordia. Debido a sus condicionamientos teológicos, Francisco subraya en este acto litúrgico su aspecto menos positivo; es decir, la realidad pecadora üel hombre y su continua necesidad de acudir a la misericordia divina para recibir, por medio del sacerdote, la gracia del perdón. Pero si trata– mos de colocar la celebración de este sacramento dentro del ámbito de la salvación ralizada por Cristo, entonces la penitencia se convierte en una acd6n de gracias al sentirnos, nosotros que estábamos cautivos, redimidos por su cruz, sangre y muerte (1 R 23, 3); una redención que se prolonga en el Jiempo y que tendrá su culminación al fin de los siglos, cuando el mismo Hijo vuelva en la gloria de su majestad «,para decir a todos los que le conocieron, adoraron y sirvieron en penitencia: "Venid, benditos de mi Padre; recibid el reino que os está preparado desde el origen del mundo"» (1 R 23, 4).

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