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196 J. MICÓ encuentro con -Dios, encuentro que se reviste de formas expresivas no siempre mspiradas en la tradición cristiana. Una ,de estas formas es la llamada «sortes apostolorum», o según otros «sortes biblicae» o «evan– gelicae», consistente en abrir al azar por tres veces el evangeliario para conocer la voluntad de Dios. Francisco utilizará esta práctica para dis– cernir la propia vocación y la de su compañero Bernardo (TC 28s; 2 Ccl 15; LM 3, 3). Aceptando el hecho como tal, es demasiada casualidad que aparecieran precisamente esos tres textos, los mismos que servían de fundamento para todos los Movimientos pauperísticos. Pero queda el sus– trato de esa religiosidad popular que lo hacía asequible a la gente sen– cilla y les ayudaba a ponerse en la presencia de Dios, aunque fuera a través de medios tan poco teológicos como era la «suerte de los Após– toles». - Oración eremítica Aunque los biógrafos insisten en sus largas horas de orac1on medita– tiva ya apenas convertido, lo más probable es que fuera adquiriendo tal costumbre de forma progresiva. El ambiente religioso de su entorno, con el tradicional asentamiento de ermitaños, favorecía este tipo de oraci<m, sobre todo para un converso como Francisco ,que, ante la irrupción de lo divino de una forma imprevista, necesitaba poner orden en su azarosa vida de comerciante con tranquilidad y sosiego y, así, clarificar un poco su futuro. Seguramente Francisco no formó parte, al menos de forma oficial, de los ermitaños que había por la Umbría. Sin embargo, los Tres Compa– ñeros hacen notar que, una vez retirado en la iglesia de San Damián, se hizo un hábito a la manera de los ermitaños (TC 21), vestido ,que conservó hasta haber escuchado la lectura de Misión (TC 25). El vestido, sobre todo en la Edad Media, era un modo de presentación social con el que el individuo señalaba el ámbito de valores en el que se movía; era un lenguaje mediante el cual se afirmaba un modo de ser y ver el mundo. De ahí la importancia de que los biógrafos vistan a Francisco de ermitaño para expresar la situaci•5n espiritual en que se movía, y que, una vez evolucionó hacia formas más evangélico-pauperísticas, tuviera que cam– biar de hábito. No obstante, el nuevo modo evangélico de vida mantenía ciertas caracteI'Íst1cas que lo asemejaban a ese eremitismo casi urbano que, sm dejar de relacionarse con la gente, les permitía poder dedicarse más libremente a la meditación sosegada y tranquila. Los primeros años de la nueva Fraternidad fueron indudablemente de un talante eremítico-itinerante, donde se compagmaba el apostolado urbano y el retiro contemplativo en el bosque. De Vitry, no sin cierto formalismo, describe la vida de los primeros hermanos diciendo: «Du-

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