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194 - J. MICÓ rodeaba a Francisco no nos permite asegurar, pero tampoco negar, la ori– ginalidad de algunas ele sus oraciones, corno la recitada ante 'Cl crucifijo de San Damián o la Paráfrasis del Padrenuestro. No obstante, del aná– lisis del vocabulario se puede deducir que eran, más bien, oraciones comunes adoptadas para su dcvodón particular y que podía reelaborar a su gusto. Todo este abanico de oraciones indica que su presencia ante Días ne fue monótona en ,cuanto a formas, aunque en sus Escritos no diga nada de este modo tan vanado de situarse ante la divinidad. Son los biógrafos los que despliegan todas sus cualidades para mostrarnos un prototipo de Santo caracterizado por una oración extensa y profunda. Sin llegar a coP..fundir el modelo que nos proponen con la realidad, sí hay que admitir la importancia de la oración en la espiritualidad de Francisco, hasta el punto de llenar grandes espacios de su vida y de constituir el centro de su ocupación y preocupación. Las diferentes formas de oración en Francisco se entreiazan hasta devenir en un modo particular de ·encuentro con Dios. Sin embargo, existe una constante, por otra parte normal, que inicia su trayectoria en una preferencia por lo expresivo y gestual, pasando por lo meditativo, hasta llegar a centrar su oracrón en la liturgia oficial y su reflexión serena. - Oración laical La formación religiosa de Francisco no cabe duda que determinó, por lo menos hasta su conversión y los primeros años de la Fraternidad, el talante popular de su oración; una oración centrada en el gesto y la expresión cocporal. De la orad6n de Francisco antes de su conversión no existen datos, por lo que se supone que seguiría las fórmulas y modos normales de cualquier cristiano de su tiempo: la asistencia a los oficios religiosos en la igl-esia y las fónnulas de piedad particulares. El primer gesto de una oración popular durante su conversión es ei viaje a Roma como peregrino, para visitar la tumba del Príncipe de los Ap¿stoles (TC 10; 2 Oel 8; LM J, 6). En su tiempo, todo cristiano soñaba con visitar tres tumbas: Ia de Cristo (Jerusalén), la de S. Pedro (Roma) y la ·Je Santiago (Compostela). Francisco, siguiendo esta tradi– ción popular, con la que se expresaba de forma sencilla, pero •exigente, el compromiso de seguir a Jesús desde la Iglesia fundada en los Apóstoles, visitó Roma y posiblemente los otros dos lugares, para alimentar su fe con la densidad de lo visible y lo palpable, hadendo de este caminar una parábc>la orante de su seguimiento tras las huellas de Jesús, y de su fidelidad a la Iglesia apostólica.

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