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192 J. MICÓ Este es el núcleo teológico de la oración de Francisco tal como se refleja en sus Escritos. Rastrear por ellos la presencia del Dios-Trinidad que manifiesta su realidad amorosa ofreciendo al hombre 1¡1 posibilidad de ser y sentirse partícipe de esa misma vida, nos llevaría demasiado tiempo. Como muestra será suficiente ver ·el capítulo 23 de la Regla no bulada. Todo él es una plegaria de acciún de gracias por el hecho de la salva– ción. No tanto por el hecho en sí, sino porque ·esa acción salvadora brota del amor rriisericordioso de Dios, es decir, del m1smo ser de Dios. Esta comunicació!.1 benevolente es obra del Padre, por medio del Hijo, en el Espíritu Santo. La Trinidad entera participa, aunque de forma dis– tinta, én el acercamiento ele la divinidad al hombre. Por lo tanto, el objeto al que se dirige el corazón agradecido del orante no puede ser otro más que el Dios-Trinitario. Consciente ele su impotencia, acudirá a la Virgen y a los Santos para que, desde s,u condición privilegiada, alaben a la divinidad como le es debido. Francisco comienza esta alabanza dando gracias al Padre por haberse comunicado, por medio del Hijo, en el Espíritu, de forma tan admirable en la creación, sobre todo al modelar al hombre con sus manos (v. 1). Si este gesto de amor es motivo de agradecimiento, todavía lo es más el habernos recreado por medio del Hijo al hacerse hombre como noso– tros en ·el seno de María y asumir nuestra condición pobre y pecadora (v. 3) hasta el punto de tener que morir en la cruz. Pero la muerte no es el final; el haber sentado el Padre a 1'esús a su derecha, como prueba de lo que es capaz de hacer por el hombre, por la humanidad, es también motivo de agradecimiento expresado en alabanza (v. 4). Fran(isco es consciente de que comprender todos estos rasgos de generosidad divina y aceptarlos con agradecimiento s•1lo puede hacerlo un hombre que sea a la vez Dios. De ahí que pida a nuestro Señor Jesu– cristo, su Hijo amado, que, junto con el Espíritu Santo, le den gracias por todo y de forma adecuada (v. 5). A esta plegana filial de Jesús al Padre, Francisco incorpora a la Virgen y a todos los Santos para que le den gracias por todas estas cosas que ha hecho, junto con el Hijo y el E~píritu, por todos nosotros (v. 6). El gesto agradecido de la oración, cuando es verdadero, no se limita a florecer sólo en los labios, sino que baja hasta el corazón para lle– narse de un amor eficaz y duradero. No basta decir: «Señor, Señor», smo que tiene que ser la propia vida en coherencia con el Evangelio la que alabe agradecida el ofrecimiento incondicional de Dios al hombre (v. 7). Sólo entonces podemos decir con verdad que el objeto de nuestro corazón, de nuestro amor, es únicamente Dios (v. 8). y que solamente

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