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«ADORAR AL SEÑOR DIOS» 191 remos, más allá de la literalidad de las palabras, que no se refiere tanto a la materialí,dad de la oraci".>n, tal como nosotros la entendemos, cuanto a esa actitud orante que -el mismo Santo defme, como antes he dicho, como «espíritu de oración y devoción». En esto no hace más que remontarse a la más pura tradición monas– tica y eremítica, donde tanto la Palabra como su eco son objeto de rumia por parte del monje, para mantener continuamente abierto su corazón a Dios. Sólo desde esta disponibilidad es posible recibir en los momentos propios de la oración la visita saludable del Señor y hacer fecunda su permanencia. Porque de lo que se trata no es de encerrar en un espacio de tiempo determinado la presencia salvadora de Dios en nosotros, sino de tomar conciencia de que Dios se nos da continuamente y tenemos qne hacer de nuestras vidas su habitación y morada; y esta realidad necesita tiempo para ser percibida, pero todavía más para ser llevada a cabo de una forma responsable. 3. FRANC!SCO, JUGLAR Y UTURGO DE DIOS Centrándonos un poco más en lo que normalmente entendemos por oradón, cabe subrayar no sólo la profundidad teológica de la plegaria en Francisco, sino su diversidad en cuanto a las formas. La frase con la que S. Buenaventura describe a Francisco como juglar y liturgo de Dios (LM 8, 10) expresa realmente el modo con -el que el Sa:nto se rela– cionaba con el Misterio. Por una parte, su condición de juglar le permitía encontrarse con Dios de una forma espontánea, sacando de sus raíces populares esas expresiones plásticas que le posibilitaban una mayor crea– tividad personal. Por otra, su condidón de «hombre de Ig1'esia» le obli– gaba a ser también liturgo. expresando en el Oficio divino y en las demás celebraciones edesrnles su docilidad al Espíritu para qu·e le abriera a Cristo como sacramento del Padre. a) Alabemos a Dius: Padre, Hijo y Espíritu Sa.nto Como ya decíamos antes, para que se dé oración hacen falta tres ele– mentos: Dios, el hombre y el encuentro de ambos. Pues bien, el Dios ante el que ora Francisco es el Dios trinitario; y no simplemente porque así se lo hayan enseñado, sino porque, fundamenta1mente, el Dios que experimenta Francisco a partir de su conversión, el Dios que le seduce, le desconcierta y le funda en su realidad de hombre, es el Dios-Comu– nidad, el Dios-Trinidad. A partir de esta experiencia irá leyendo todo su camino esp.iritual, apoyado por la historia de salvación que se relata en la Escritura, como una manifestación continua del empeño del Padre, el Hijo y el Espíritu por hacerle partícipe de su propia vida a través de la Iglesia.
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