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«ADORAR AL SEÑOR DIOS» 189 Oficio -divino según los momentos claves del día. La finalidad no era otra más que responder a la llamada evangélica de orar sin descanso. De este modo !a plegaria discontinua de las Horas aparece como una sustitución ele Ia plegaria continua. Si la primera garantiza el Oficio comunitano de los cenobitas, la segunda permanece siempre como norma suprema hacia 1a que debe tender toda v,ida monástica. Este ideal de plegaria incesante se materializó particularmente entre k,s eremitas, aunque ciertas formas de cenobitismo más cercanas a la vida solitaria la adoptaran también en gran medida. Sin embargo, la reci– tación de las Horas y las lecturas quedaron como una deseada aproxi– mación a este ideal de plegaria continua. En el siglo v los Acématas, una comunidad de origen s1naco, adoptó la costumbre de cantar a Dios incesantemente en un monasterio a las puertas de Constantinopla. Esta materialización del ideal de la oración continua parece que influyó, a principios del siglo vr, en un monasterio de la;; Galias, al instaurar esta celebración incesante de la alabanza divina mediante grupos de monjes que se relevaban en el coro, sin inte– rrupdon, día y noche. Esta práctica de la oración continua o «laus perennis» se difundió por algunos monasterios merovingios, tanto mas– culinos como femeninos. Francisco, seguramente, no tuvo conocimiento de que alguna vez se hubiera dado en su literalidad este deseo de alabar a Dios continuamente. Pero la alerta evangélica de orar siempre para no caer en la tentación, que sirvió de marco a monjes y en.mutas a la hora de concretizar su programa de oración, fue retomada también por Francisco como ámbito en el que se debía desenvolver la vida de los hermanos. Por eso nos dice «que nos guardemos seriamente de la malicia y astucia de Satanás, que quiere que el hombre no t·enga su mente y su corazón vueltos a Dios. Y, acechando en torno, desea apoderarse del corazón del hombre, bajo pretexto de algún henefic10 o favor, y ahogar la palabra y los preceptos del Señor borrándolos de la memoria... ». «Por eso, debemos estar muy vigilantes para no apartar del Señor nuestra mentt> y corazón. Antes bien, removiendo todo impedimento y pos– poniendo toda preocupación y solicitud, sirvamos, amemos, honremos y adoremos al Señor Dios con limpio coraz,'5n y ,mente pura, haciendo en ellos habitación y morada; pues conviene estar vigilantes, orando en todo tiempo, para ser considerados dignos de superar los males futuros y man– tenerse en pie ante el Hijo del hombre. Por eso hay que adorarlo con puro corazón, porque es preciso orar siempre y no desfallecer» (cf. 1 R 22, 19-19; 2 R 10, 9; Adm 16; 2CtaF 19-21). Esta misma ms,istencia en la oración se repite innumerables veces a
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