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188 J. MICÓ Dentro de esta v1s10n antropológica de Francisco, contemplar a Dios es aceptar al Otro como Absoluto y a sí mismo como relativo, esfor– zándose por mantener esta relación que constituye la propia realización y destino. Este encuentro con la Presencrn no es ningún salario que pague nuestro esfuerzo: eso sería encerrar a Dios en el ámbito de la magia con el fin de dominarle. A este encuentro se va desde la gratuida:d agra– decida y confiada del que sabe que Dios colma nuestra menesterosidad. Así fue, al parecer, la relación de Francisco con su Dios; una relación abierta, respetuosa, deslumbrante, gratificante, en la que su ser se iba empapando de Dios a medida que consentía en la realización de su voluntad. Las Alabanzas al Dios Altísimo, escritas después de recibir las llagas, expresan de forma gráfica lo que era para Francisco la contem– plación de Dios. Además de contemplativo, Francisco era un místico sin ningún tipo de fenómenos extraordinarios ni método doctrinal concreto que le sir– viera -en su experiencia y pudiera expresar su ascenso espiritual. Pero así y todo, vivió su relación con Dios de una forma intuitiva y directa que los estud[osos definen como mística. Su presencia era para él casi «física». Indudablemente contribuía a ello el ambiente religioso medieval, pero no lo explica del todo. Después de su conversión, D10s era para él algo que le subyugaba, le seducía, le llenaba y le ocupaba; algo de lo que necesitaba y de lo que no podía prescindir. Parecía como «enganchado» en Dios; y esta dependencia k liberaba, puesto que en su presencia aprendía en qué consiste ,-;er hombre. Una presencia y una contemplación que, l·ejos de ser estériles, producían su fruto, pues Francisco no sólo acogía a Dios sino que lo rract1caba, traduciéndolo en hechos que materializaran su vo– luntad. De ahí que ·en Francisco sorprenda su profunda oración mística y su grn:.1 actividad evangelizadora. Una actividad que brota de la nece– sidad de compartir su hallazgo invitando a los demás a que intenten acoger el Misterio como una forma de recobrar el sentido de sus vidas. 2. ÜRAR SIEMPRE El que ha sido «tocado» por Dios 'en lo profundo de su ser, como Francisco, necesita alargar este encuentro para satisfacer su sed de s•en– tido, sin el que la vida estaría vacía, e iluminar su diario existir. Fran– cisco lo describe como «espíritu de oración y devoción» (2 R 5, 2). Este empeño en -hacer de la alabanza el susurro continuo de u:n cora– zón abierto a Dios es trndicional en la historia de la espiritualidad. Ante la invitación de Jesús a «orar siempre y no desanimarse» (Le 18, 1), algunos Santos Padres y escritores de los siglos IV y v organizaron el

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