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«ADORAR AL SEÑOR DIOS» 187 el res;,,eto por el otro y el temor a poder avasallarlo o dominarlo, aipro– piándose ei señorío que sobre ellos sólo tiene Dios. Para Francisco, contemplar al hombre es descubrir en él la obra de la creación, donde Dios ha volcado todo su amor de una forma respe– tuosa. Ese amor incondicional es el que le confiere la dignidad de ser amado y respetado por todos en su singularidad. El que es capaz de percibir que cada hombre, que cada hermano, es un don del Señor para recordarnos nuestra condición fraterna anclada en la de Jesús, es que su mirada está limpia de todo afán de posesión utilitarist&; es, en definitiva, que estú cultivando esa actitud contempla– tiva qne acompañó a Francisco en su caminar hacia Dios. c) Contemplar a Dios Por último, el talante contemplativo colorea también las relaciones con Dios. En este sentido, contemplar es percibir intuitivamente lo que es Dios y ío -que es el hombre y el lugar que ocupa cada uno en este encuentro personal. La ·expresión de Francisco: «¿Quién eres tú, dulcí– simo Dios mío? Y, ¿quién soy yo, gusano vilís1mo e inútil siervo tuyo?» (Ll 3), después de recibir las llagas, es el exponente de lo que signifi– caba para él la contemplaci<m. En la contemplación Francisco condensa toda su teología, pero tam– bién su antropología. Respecto a su concepto de Dios ya hablamos en el tema 1 (Sel Fran n. 50, 1988, 169-192), por lo que no hace falta volver sobre él. Lo que pensaba del hombre, aunque no lo hiciera en forma siste:nática, también está bastante claro en sus Escritos, y a dlos nos vamos a remitir. A diferencia de nuestra cultura, que es más bien antropocéntrica, Francisco tiene un ,concepto teocéntrico del mundo. Lo primero y lo último. lo más importante y principal, lo único y definitivo -es decir, el centro de todo-, es Dios, de cuyo amor brota todo lo demás, y en Él encuentra su meta y su destino. De ahí que el hombre sea un ser rela– cional cuya plenitud y realización está referida al cumplimiento de la voluntad de Dios su Creador. Ese oscuro pecado original que anida en el fondo del hombre y de su historia rompió esa actitud de referencia, ahogando al hombre en el círculo estrecho de su egoísmo y falsa autosuficiencia. Esta rotura dra– mática es la que reparó Jesús con su vida, muerte y resurrección; pero el hombre quedó herido en su voluntad para reconocer la realidad ori– ginal de sus relaciones con Dios. Por eso busca mil razones y subter– fugios para escapar de· ese diálogo que le constituye en su propio ser, dilatándolo más allá de sí mismo.

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