BCCCAP00000000000000000001495

184 J. MICÓ mientas pauperísticos, itmerantes o no, también contaban con la oración como elemento integrante del seguimiento de Cristo. Los mismos grupos de herejes, de los que se puede pensar que estaban kjos de una verdadera picclad, insisten en la oración como uno de los componentes de la identidad cristiana. Así, los herejes de Arrás, aunque rechazab:m toda la organización eclesial, admitían la necesidad de la oración, exigiendo, no obstante, que se realizara fuera de las iglesias. Los herejes de Monforte, muoho más radicales, proclaman en su «credo»: «Practicamus ayunos continuos e incesantes plegarias: nuestros minis– tros, día y noche, oran siempre por turnos para que no quede hora alguna sin la debida plegaría.» A pesar de su pluralidad, todos estos grupos de laicos mantienen unas formas comunes respecto a la oración que los distinguen del estamento monástico y clerical. La interiorización y la meditación eran un privi– legio de los más cultivados .que podían utilizar estos medios para llegar hasta Dios. La oración vocalizada, gestualizada, sensible, es el modo de acercarse a Jo divino. Y puede ser tachada de superhcial si no se sabe percibir la fuente de donde brota, que es la misma fe. La oración popular, más que de largas meditac10nes, está tejida de dinamismos plásticos. Peregrinaciones, devociones, representaciones reli– giosa~, proces.iones, 'Ctc. constituyen la trama de la piedad popular que les permite on,r y saberse en la presencia de Dios. II. LA ORACIÓN DE FRANCISCO La diversidad de formas de encuentro con Dios es si•empre fruto y consecuencia de una espiritualidad, también diversa, vivida en el seno de la Iglesia. Este pluralismo orante, que podemos concretar en oración culta y oración popular, se unifica en la persona de Francisco. Debido a su formación y a la firme voluntad de vivir el Evangelio de un modo eclesial, la oración de Francisco sirve de enlace y de encuentro entre la plegaria oficial y la oración del pueblo. Durante mucho tiempo la espiritualidad culta se había ido formando y enriqueciendo sin tener en cuenta las necesidades de los laicos. Ante este desamparo por parte de la oficialidad de la Iglesia, los fieles crea– n>n sus jJropias formas de religiosidad, dando así cauce y expresión a su~ •deseos de protagonismo en las relaciones con Dios, igual que lo esta– ban consiguiendo en sus relaciones sociales. Aunque no podamos decir que la oración culta u oficial y la popular partieran de principios distintos, sí se puede afirmar que se estructu-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz