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LA POBREZA FRANCISCANA 9 ríodos más dinámicos. Pero, ¿cuál fue su reacción ante el problema de la pobreza y, por consiguiente, ante el desarrollo de la economía de beneficio? Las primeras respuestas -las del monacato- terminaron por convertirse en una evasiva: o se implicaron en ella de una forma irreflexiva, o se atrincheraron en la tradición como una coartada para rechazarla de plano. Las comunidades monásticas vivían principalmente de sus propiedades en tierras, que les había sido donadas por miembros de la poderosa clase terrateniente. De este modo, región tras región, el orden monástico llegó a ser uno de los principales terratenientes. Los regalos de tierra venían acompañados generalmente también de sus derechos: derechos de pesca, derechos sobre los molinos, las casas, los hornos, los animales, la mano de obra servil y las iglesias con sus diezmos. Los regalos de objetos preciosos y de dinero llegaban también a los monasterios. El éxito de la ofensiva cristiana del siglo XI contra el Islam, tuvo como resultado grandes cantidades de botín que fueron distribuidas, princi– palmente, por los monasterios. En cuanto al dinero, además de las limosnas en metálico, la venta de los excedentes de producción les hizo entrar, casi inconscientemente, en la economía de beneficio, hasta el punto de convertir– se en fuertes prestamistas. ¿Qué hicieron los monjes con todas estas riquezas? Ritualizarlas. Por una parte, invirtiéndolas en la liturgia, que exigía cuantiosos gastos; y, por otra, utilizándolas en asistir a los pobres. Sin embargo, no existía tensión entre las demandas de la liturgia y las de la caridad, ya que estaba absorbi– da por ella; la caridad en sí misma era también un ritual. Los monjes, con sus formidables riquezas, estaban convencidos de que ejecutaban la función 1nás noble y más importante de la sociedad, al mismo tiempo que mantenían la plena convicción de que sólo ellos eran los verdade– ros «pobres de Cristo». El sentido de pobreza que ellos tenían era el de «debilidad» frente a los poderosos. De ahí que los monjes, por haber sido reclutados en su mayoría entre la clase guerrera, haber depuesto las armas y haberse hecho voluntariamente débiles -pobres-, no percibieran ningu– na contradicción entre su profesión de pobreza y el hecho de vivir en confortables monasterios. Esto explica que la transición realizada por los monasterios, de la economía del regalo a la economía del beneficio, se hiciera sin preocupaciones y sin reflexión alguna, hasta el punto de que los próspe– ros abades del siglo xn estuvieron más necesitados de administradores fis– cales que de santos. Los distintos intentos de renovación tratarán de evitar este desfase, volviendo a una situación colectiva de más pobreza, limitando sus posesio– nes a sólo aquello que pudieran atender con su trabajo. Pero muy pronto se fueron acumulando bienes, hasta desaparecer el motivo por el que se habían renovado. La organización económica desarrollada por los cistercienses fue uno de los prodigios del siglo xn. En su forma más sencilla, eran los mismos monjes

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