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LA POBREZA FRANCISCANA 7 La puesta en marcha de esta economía de beneficio, si bien es verdad que dinamizó la sociedad creando un mayor nivel de bienestar, favoreció el enriquecimiento de unos pocos a cambio de desterrar a la marginalidad a grandes grupos sociales. La pobreza, además de generalizarse, se hizo anónima, por lo que resultaba más dificil de combatir. Ante esta situación de pobreza, la Iglesia reaccionó desde dos frentes distintos: uno teórico, llevado por los teólogos y canonistas, y otro práctico, encarnado en los monjes y movimientos pauperísticos, así como en los numerosos grupos de seglares que se organizaron para ejercer la beneficen– cia. 3. Tr~ÓLOGOS Y CANONISTAS La reflexión teológica sobre la pobreza, estimulada por las circunstan– cias y favorecida por el medio urbano, no fue condicionada únicamente por los cambios económicos; brota de las profundidades de una tradición que siempre la ha considerado como una exigencia evangélica. En el siglo xn, el seguimiento de Jesús se condensa en «seguir desnudo a Cristo desnudo»; por tanto, la pobreza se convierte en expresión máxima del compromiso cristia– no. De ahí que toda la teología adoptara un matiz pauperista que se hace sentir en los distintos niveles de la Iglesia. El pobre es expresión de Cristo, a quien representa, de dos formas diferentes: por una parte, pone de manifiesto el grito de Dios-Juez acusando a los creyentes de su conducta antievangélica: «Tuve hambre y no me disteis de comer... ». Por otra, ofrece la posibilidad de la misericordia al encarnar al Cristo pobre y sufriente. Imagen del Cristo-Juez, del Cristo-Redentor, el pobre es también el Cristo-Viviente y Presente. La reflexión de los hombres del siglo XII no se redujo exclusivamente a la teología; también buscó soluciones concretas, creando una especie de casuística de la pobreza vivida y de la limosna. Las dos corrientes, la canónica y la teológica, caminando por las dos vías de la caridad y de la justicia, y sobre los dos planos del rico y del pobre, precisaron deberes y derechos respectivos, determinando el lugar del pobre en relación al rico. Sin embargo, sería un caso de miopía histórica pedirle al hombre medie– val que viera el problema de la pobreza desde una óptica social entendida en términos modernos. Integrada como estaba dentro del orden de las cosas terrestres conforme al plan divino, la pobreza era entendida como una cosa inevitable. Por tanto, de existir la protesta, no puede ser más que de orden moral, denunciando los atropellos contra los pobres o las actitudes incohe– rentes de los clérigos y monjes contra la virtud de la pobreza. Las críticas se plantean a tres niveles y se dirigen a tres grupos distintos de personas: en primer lugar a los fieles, es decir, a la cristiandad en general, reprochándoles las faltas al deber de la limosna, el expolio de los débiles, el abuso de poder y los excesos de la fuerza, las iniquidades judicia– rias, la rapacidad de los usureros, etc. Del plano de la caridad, la protesta

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