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6 J. MICÓ 2. ECONOMÍA Y POBREZA El deslizamiento semántico del concepto de pobreza tiene connotaciones sociales y económicas. El despertar ciudadano del siglo XII había aportado avances indiscutibles, como la absorción relativa de los excedentes demo– gráficos y el aumento de calidad de vida, pero al mismo tiempo había creado un cinturón de marginalidad donde los pobres lo eran de una forma absolu– ta: los que vivían en la servidumbre y la precariedad, los sin-tierra y sin empleo, los jóvenes sin futuro, los fugitivos y los desterrados, etc. Estos desequilibrios sociales estuvieron acompañados y agudizados por los cambios económicos. El paso de una economía de regalo o de trueque a otra de beneficio, caracterizada por el uso y el abuso del dinero, configuró el panorama de la pobreza de una forma hasta entonces desconocida. La «economía del regalo» apareció en la Europa cristiana con las invasio– nes bárbaras ogermánicas. Acostumbrados a vivir a costa de la tierra y de la gente que capturaban, parte del botín era retenido por los jefes para exhibir– lo y así aumentar su prestigio. Otra parte la regalaban como recompensa a sus compañeros de armas, mientras que una tercera la ofrendaban en altares o la enterraban con los muertos. Por último, el resto era cambiado por artículos de lujo a los mercaderes del mundo romano. En este modelo antropológico de la economía del regalo, los bienes y servicios se intercambian sin que se les asigne unos valores específicos calculados. El prestigio, el poder, el honor y la riqueza se expresan en la entrega espontánea de regalos; y no solamente se expresan sino que se consiguen y mantienen a través del regalo. El acto de dar es más importante que la cosa dada. La cristianización de estos pueblos trajo como consecuencia la desvia– ción de los tesoros hacia los santuarios monásticos. De este modo, los monasterios se vieron saturados de objetos de valor que empleaban, princi– palmente, en el adorno de sus iglesias y en el esplendor de la liturgia y del culto. Esta economía de regalo no era exclusiva de la gente pudiente. El mismo pueblo, rural en su mayoría, utilizaba el trueque como la forma más natural de intercambiarse los productos que necesitaban y de los que no disponían. Con este tipo de economía, la pobreza mostraba un rostro menos inhumano, puesto que los pobres eran conocidos por sus paisano&. El despegue ciudadano y el auge industrial y mercantil configuraron el nuevo sistema económico, en el que no bastaba el simple intercambio sino que se buscaba un beneficio. Ya no se producía para autoabastecerse, sino que se creaban excedentes para sacar una ganancia. Los mercaderes apro– vechaban su calidad de intermediarios, para elevar considerablemente los precios de origen y así aumentar el margen ganancial. El mismo dinero, necesario como medio simbólico en la compraventa, pasó a ser utilizado como capital del que se podía sacar un rendimiento. Los prestamistas terminaron convirtiéndose en usureros.

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