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LA POBREZA FRANCISCANA 37 Cel 84). Pero si, por una parte, la sacramentalidad del pobre le llevaba a un mayor empobrecimiento por Cristo, por otra, le mostra– ba lo inhumano de la pobreza y la urgencia de superarla por medio de la solidaridad. La comunión de bienes o solidaridad es una consecuencia lógica del concepto de propiedad que tenía Francisco. Para él, Dios es el único señor de todos los bienes, que los reparte con liberalidad a todos los hombres. De este modo, su utilización viene determinada por la necesidad: las cosas son del que las necesita. Esta doble imagen de un Dios generoso y la necesidad como derecho sobre las cosas, es lo que asume Francisco en su relación con los pobres. Son numerosas las anécdotas que refieren los biógrafos subrayando esta dimensión de justicia social que llevaba a Francisco a compartir sus cosas. En uno de sus viajes se encontró con un pobre. El Santo dijo al compañero: «Es necesario que devolvamos el manto al pobrecillo, porque le pertenece. Lo hemos recibido prestado hasta topar con otro más pobre que nosotros.» El compañero, que advertía cuánto lo necesitaba Francisco, se resistía a que, olvidándose de sí mismo, se cuidara de otro. «Yo no quiero ser ladrón -le replicó el Santo--; sería un robo si no lo diéramos a otro más necesitado.)> Por fin, el compañero cedió y Francisco regaló su manto al pobre (2 Cel 87.92). Enumerar los gestos de desprendimiento en favor de los pobres sería una tarea interminable (1 Cel 76; 2 Cel 86.88.90.92; TC 43.44), pero hay uno que determina la calidad de estos gestos, al integrar la ternura y la lucidez para discernir qué es lo primero y fundamental en toda opción evangélica. Un día vino al Santo la madre de dos religiosos y le pidió limosna confiadamente. Compadecido de ella, Francisco dijo a su vicario el hermano Pedro Cattani: «¿Podemos dar alguna limosna a nuestra madre?» Le respondió el hermano Pedro: «No queda en casa nada que se le pueda dar.» Pero añadió: «Tenemos un ejemplar del Nuevo Testamento, por el que leemos las lecciones en maitines los que carecemos de breviario.» Le replicó Francisco: «Da a nuestra madre el Nuevo Testamento, para que lo venda y remedie su necesidad, que en el mismo se nos amonesta que socorramos a los pobres. Creo por cierto que agradará más a Dios el don que la lectura» (2 Cel 91). La convicción de que la pobreza no consiste tanto en dejar de tener cosas como en compartirlas con los demás, hace de Francisco un hombre cercano a los necesitados. Cuando no tenía qué darles -dice
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