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36 J. MICÓ Su amistad con los ricos o las relaciones que pudiera tener con ellos, nunca son para aprovecharse de su situación. La anécdota de la comida en casa del cardenal Hugolino puede ser ejemplar para cono– cer la actitud de Francisco en este tipo de relaciones. En una de sus visitas al cardenal, al acercarse ya la hora de comer, Francisco salió a pedir limosna, y puso sobre la mesa de su anfitrión los pedazos de pan negro que había recogido para, después, repartirlo entre los capella– nes y caballeros que estaban comiendo. Una vez terminada la comida, Hugolino le reprochó el que lo hubiera abochornado delante de los comensales, y Francisco le respondió: «El Señor se complace con la pobreza ... y yo tengo por dignidad real y nobleza muy alta seguir a aquel Señor que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros» (2 Cel 73). La Fraternidad de l<"'rancisco y los suyos, a pesar de no estar cerrada a los ricos, se sabe y se quiere pobre y relacionada con los marginados. De ahí que recuerde a los frailes que no deben tener nada en este mundo a no ser la alegría de poder comer y vestirse. Por lo tanto --continúa Francisco-, «nos debemos sentir a gusto convi– viendo con la gente de baja condición y despreciada, los pobres y los débiles, enfermos, leprosos y los que mendigan a la vera del camino)> (1 R 9,1s). Este deseo pragmático parece que se acercó bastante a la reali– dad, al menos en los primeros tiempos. Aun haciendo una lectura crítica de los relatos que nos ofrecen los biógrafos, queda todavía un saldo histórico suficiente para poder afirmar que las relaciones de Francisco con los pobres, siempre entendidas en el sentido de la afectividad y la solidaridad caritativa, fueron muchas y sinceras (2 Cel 83-92). Para Francisco, el pobre es, en primer lugar, sacramento de Cristo. En la vida terrena de Jesús, él veía la expresión de su humillación y empobrecimiento, desde la encarnación hasta la cruz; y así como este misterio de abatimiento se manifiesta en el tiempo a través del sacramento de la Eucaristía, así también el pobre mani– fiesta esta misma realidad de una forma más plástica pero igualmen– te salvadora (1 Cel 76). Celano refiere de Francisco que «toda indi– gencia, toda penuria que veía, lo arrebataba hacia Cristo, centrándo– le plenamente en él. En todos los pobres veía al Hijo de la señora pobre, llevando desnudo en el corazón a quien ella llevaba desnudo en los brazos» ( 2 Cel 83). Todo pobre social le hacía presente al Cristo desnudo, al que intentaba seguir. Por eso, le servía de reproche encontrarse con uno de ellos y experimentar la incoherencia de su opción pauperística (2

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