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LA POBREZA FRANCISCANA 35 pedían limosna (1 Cel 17; LM 1,1; TC 3.8), desconocemos cuál era su postura frente a esa masa de pobres que habitaban y vagabundeaban por Asís y sus alrededores. El único dato seguro es su relación con los leprosos durante el proceso de su conversión. Sumándose a la tradicional puesta en práctica de las obras de misericordia, ejercerá una acción caritativa sirviendo a los leprosos en uno de los centros que había en Asís. Francisco lo recuerda en su Testamento como un paso fundamental en su acercamiento al Cristo pobre y sufriente: «El Señor mismo me condujo en medio de ellos, y practiqué con ellos la misericordia» (Test 2). El cambio que supuso esta experiencia en el modo de ver y relacionarse con los pobres y sufrientes, lo expresará Francisco con las imágenes antitéticas «amargo-dulce» (Test 1.3). Dentro del marco de las bienaventuranzas, la pobreza humilde y sufriente que adoptará Francisco matizará todas sus relaciones per– sonales. Es decir, que la actitud de Francisco hacia los hombres estará marcada por la pobreza pacífica que Jesús aconseja a los discípulos en misión. Por eso, Francisco se hace pobre con los pobres, pero sin acusar a los ricos de ser los causantes de la pobreza. De este modo, no los rechaza, sino que trata de hacerles recorrer su propio camino de conversión a la pobreza o, por lo menos, de que sean pródigos en hacer limosnas (TC 45). Esta pauta de comportamiento puede tener su explicación si tenemos en cuenta que, por lo general, el primitivo grupo francisca– no, tanto de hombres como de mujeres, está formado por nobles, clérigos y gente adinerada. Por eso se explica que su relación con los ricos les resultara más natural que con los pobres, predispuestos como estaban a hacerlo de una forma paternalista. Entre las amistades de Francisco cabe destacar a Jacoba de Settesoli, dama romana noble y santa que, según Celano, había merecido el privilegio de un amor singular por parte del Santo (3 Cel 37; LP 8). También otros nobles compartían su amistad; tal es el caso de Juan de Greccio, «a quien Francisco amaba con amor singular>>, pues siendo de noble familia y muy honorable, despreciaba la nobleza de la sangre y aspiraba a la nobleza del espíritu (1 Cel 84). Un «grande y noble gentilhombre de Toscana, por nombre messer Orlando de Chiusi, en el Cosentino», fue el que le regaló el monte Alvcrna (Ll 1). Pero una de las relaciones más sorprendentes fue con el cardenal Hugolino. Celano la describe con palabras un tanto aduladoras: «Como es la unión entre hijo y padre y la de la madre con su hijo único, así era la de S. Francisco con el obispo de Ostia» (1 Cel 74).

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