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30 J. MICÓ Esta actitud no puede ser tachada de antiintelectual, ya que él mantuvo siempre su respeto hacia los teólogos. Se trata, simplemen– te, de mantener la lógica de su opción pauperística, renunciando a una cultura. intelectual que no encajaba en su modo de vida. La misión de anunciar a un Cristo pobre y humilde no requería ningún tipo de preparación teológica; de ahí que aconseje a los hermanos que no tienen estudios, que no se preocupen de adquirirlos (2 R 10,7). Si los estudios no resultaban funcionales para la forma de vida evangélica que habían adoptado los hermanos, sin embargo, podían ser un medio de apropiación para aquellos que ya los tenían. Por eso hace en la Admonición 7 un frío análisis de lo que debe ser la ciencia para los hermanos. La ciencia sagrada mata a todos aquellos inte– lectuales que se contentan con un saber erudito de los textos, para ser tenidos por más sabios entre los demás y poder adquirir grandes riquezas que legar a sus parientes y amigos. Igualmente, es también mortal para todos aquellos religiosos que no quieren ser consecuen– tes con las exigencias de la Escritura, sino que se contentan con un saber puramente técnico que aplican a la conducta de los demás. La Sagrada Escritura sólo es vivificante cuando los intelectuales, por mucho que sepan, no se la apropian de forma estéril, sino que la devuelven de un modo práctico --es decir, con una exposición clara que exija compromisc>- al altísimo Señor Dios, de quien es todo bien (Adm 7). c) «No reclaméis a los que os roban» La visión un tanto pesimista que tiene Francisco del hombre, al considerar todos sus derechos como dones el Señor y solamente los pecados como obra propia, da pie a este pauperismo interior de no exigir derechos que no sean los de Dios. Esta actitud viene motivada por una doble exigencia: las bienaventuranzas y la cultura. El espíritu de las bienaventuranzas confiere a los que lo adoptan un talante pacífico que trata de romper el círculo del mal y de la violencia, aunque por ello haya que sufrir las consecuencias en carne propia, al negarse a responder con la misma moneda. Por otra parte, la concepción medieval que tiene Francisco, de que el dueño absoluto de todas las cosas es el Señor, desarma el principio legal de exigir derechos. De este modo, la pobreza evangélica se hace solidaria, al rebajarse hasta la condición de los pobres sociales, que carecen de derechos porque nadie se los reconoce. Dentro de esta situación hay que

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